El 30 de mayo de 2015, en su edición 2013, la revista
Proceso publicó este reportaje. Por su actualidad lo reproducimos íntegro.
En la matanza de Ecuandureo –cada vez se
debilita más la versión oficial del “enfrentamiento”– no todas las víctimas
eran sicarios del Cártel de Jalisco Nueva Generación; algunos eran trabajadores
contratados para acondicionar un inmueble, pero pagaron caro su afán de ganarse
honestamente la vida: los torturaron, los mutilaron, los arrollaron y algunos
recibieron el tiro de gracia, según testimonios de sus parientes y amigos,
recogidos por este semanario. Pero las vejaciones de la Policía Federal no
acabaron ahí… Continuaron con la humillación a los familiares que viajaron a
Morelia a reclamar los cuerpos.
OCOTLÁN, JAL.- Las siete
capillas fúnebres de esta cabecera municipal trabajaron a toda su capacidad
entre los días lunes 25 y miércoles 27 de mayo: en ellas tuvieron lugar las
velaciones de 34 jóvenes oriundos de este municipio, quienes murieron en
Ecuandureo, Michoacán, a manos de la Policía Federal (PF).
En los velatorios la
indignación y la rabia de familiares y amigos de las víctimas son más fuertes que
el llanto y el dolor. Los asistentes coinciden: los federales usaron fuerza
desmedida para asesinar a los jóvenes, sin darles oportunidad de defenderse.
Si fuera verdad que hubo un
enfrentamiento entre federales y sicarios del Cártel de Jalisco Nueva
Generación (CJNG), como dijo el comisionado nacional de Seguridad, Monte
Alejandro Rubido, entonces no hubieran tenido oportunidad de torturarlos,
razonan los familiares. A algunos los quemaron; les rompieron los dientes; les
fracturaron los brazos; les mutilaron manos, piernas o testículos y algunos
hasta recibieron el tiro de gracia.
Ocotlán aún no terminaba de
asimilar el enfrentamiento entre la PF y el CJNG del pasado 19 de marzo –en el
que murieron cinco federales, cuatro civiles y dos sicarios–, cuando una
tragedia mayor se sumó a la historia de violencia que asuela a esta región
jalisciense limítrofe con Michoacán, debido a la lucha que grupos de la
delincuencia organizada libran por el control de la zona.
Así, del lunes 25 al
miércoles 27, las siete capillas de velación recibieron los cuerpos de 34
jóvenes fallecidos el viernes 22 en el Rancho del Sol, en Ecuandureo, donde
según la versión oficial murieron en “enfrentamiento” 43 personas, 42 de ellas
presuntos integrantes del CJNG.
Esos días los dos cementerios
municipales de Ocotlán vieron las mismas escenas: con bandas de música, globos
blancos y camionetas con música a todo volumen –como se acostumbra aquí cuando
alguien muere con violencia–, los 34 de Ecuandureo fueron enterrados.
Y en uno de los cementerios
municipales, ese martes un hombre robusto, de tez morena, con los ojos
enrojecidos por el llanto y una botella de whisky en la mano, gritó: “¡Viva El
Pollo, cabrones! ¡Chingue a su puta madre el gobierno!”. Luego vació el licor dentro
del ataúd de madera donde, guardados en una bolsa de plástico negro, estaban
los restos de su hijo, una de las víctimas de la matanza. Un mariachi tocaba
“El muchacho alegre”.
En los dos panteones
municipales de Ocotlán trabajan 12 personas que tuvieron que hacer hasta dobles
turnos para enterrar en esos días a 34 de las víctimas de la matanza. De ellas,
11 habitaban la colonia Infonavit 5, en esta cabecera. Por instrucciones de los
familiares no hubo una sola cremación. Todos los cadáveres fueron sepultados.
Cada noche, a las 20:00
horas, en un altar de la calle Libra en la colonia Infonavit 5 se reza el
novenario. “Al finalizar vamos a traer música y tocarles las canciones que les
gustaban a los muchachos”, dice Carito, una de las vecinas.
Pero campea la incertidumbre:
“Estas 42 muertes van a traer consecuencias. Más sangre. Va a morir más gente,
no nos vamos a quedar así; estamos muy adoloridos. Yo veo a los federales y me
dan ganas de matarlos”, espeta Gerardo García Pineda, hermano de una de las
víctimas.
DUDAS GENERALIZADAS
De acuerdo con los
testimonios de los ocotlanenses que fueron al Servicio Médico Forense (Semefo)
de Morelia a identificar a sus familiares, no se trató de un enfrentamiento,
pues había cadáveres sin dedos, sin dientes y hasta uno sin manos, piernas ni
testículos; además, señalan, fueron violados con objetos.
“Eso no fue un
enfrentamiento, fue una masacre”, dice a este semanario Víctor Hugo Reynoso,
hermano de Luis Alberto, una de las víctimas. “Hasta un niño de 14 años fue
abatido. ¡Qué animales!
“Uno había perdido un ojo,
otro tenía golpes en el rostro, uno más con los dientes sumidos por el impacto
de un objeto y otro más tenía un tiro en la cabeza”, agrega.
“En las fotografías que
circularon en las redes sociales se demuestra que primero los cuerpos aparecen
sin armas, y luego portan fundas y carrilleras. Las imágenes muestran a los
abatidos descalzos y hay sangre en las camas, en las colchonetas”, precisa, y
agrega: “Los agarraron dormidos. No hubo tal enfrentamiento; con la cantidad de
armas que supuestamente tenían, y si dicen que son presuntos miembros del
crimen organizado, capacitados y entrenados para tirar, fácil hubieran matado a
muchos federales y no a uno. ¡Qué mala puntería tenían!”
“¡El gobierno los mató a
todos para no dejar testigos! Agarró parejo: trabajadores del rancho,
cocineros, afanadores, sicarios… mató a todos”, tercia, indignada, Rocío
Robles, también familiar de una víctima.
“Mi primo –cuenta Gloria,
pariente de otro asesinado– tenía 28 años, era carpintero y no era mala
persona. Pero los mataron como animales. Si hicieron algo mal, los hubieran
detenido y encerrado.”
Los parientes de las víctimas
narran a Proceso que éstas cada mes mandaban dinero a sus casas y tenían
distintos oficios: carpinteros, albañiles, plomeros o jardineros; los menos
eran expertos en desmalezar las carreteras.
Y para ciudadanos que de la
sobreexposición a la violencia han aprendido a examinar los detalles de las
escenas del crimen, las armas y municiones fotografiados cerca de los cuerpos
parecían haber sido plantados después del hecho.
“El cadáver de un joven en
una de las fotos se encuentra boca arriba, un rifle de alta potencia, de
asalto, descansando horizontalmente a través de su torso. Otra víctima sin vida
yace sobre su espalda con un cinturón de cartuchos bajo su mano izquierda; en
una foto distinta del mismo cadáver, la cartuchera no está por ningún lado”,
explica Fernando, otro familiar de una víctima, mientras, para corroborar su
dicho, muestra las imágenes guardadas en su celular.
UN LUCHADOR
“Hay muchas dudas. Ni el
gobierno ni derechos humanos, nadie ha venido a vernos. Mi hijo era gladiador,
luchaba en Ocotlán, Guadalajara, Zamora, La Piedad y a veces en la Triple A. Lo
conocían como El Draco. Varias veces se lo llevo el luchador Psicosis a la
Ciudad de México, a luchar allá”, dice Graciela Pineda Téllez, madre de otra
víctima.
Se llamaba Martín Felipe
García Pineda, de 21 años, quien antes era guardia de seguridad y luego se
empleó en una gasolinera de Ocotlán; fue a Michoacán porque supo que había
trabajo en los campos de fresas y hortalizas y se ganaba más que en su pueblo.
Graciela Pineda cuenta su
sorpresa al ver que su hijo estaba entre los muertos. “En la foto que vimos en
internet, dice, se ve bien, y ya me lo entregaron quemado como con ácido”. Ella
no sabía que su hijo estaba en el Rancho del Sol; hacía dos meses que no iba a
Ocotlán. Pero un día antes de la matanza le telefoneó a su esposa, embarazada,
para decirle que estaba bien.
“El hijo de Chela”, dice
Emma, vecina de Ocotlán, “era como como mi hijo. Aquí se criaron todos los
difuntitos, desde el kínder, primaria y la secundaria; luego ya cada quien
agarró su rumbo, pero se juntaban ahí en la esquina, donde está el altar”.
Carito, de 21 años, vecina
del barrio, muestra fotos donde se ve el cadáver de uno de los jóvenes que
vivía en la colonia Infonavit 5, a quien apodaban El Chicua (Héctor de Jesús),
sin dientes y sin impactos de bala, le sacaron un ojo y en sus brazos rotos se
aprecian huellas de llantas.
Tercia iracundo Gerardo
García Pineda: “Así aparece en la foto, sin dientes y marcas de ruedas. Lo
entregaron sin brazos, piernas y sin sus partes nobles. Él era también de aquí,
del barrio. Y a mi hermano me lo entregan quemado”.
–¿Cómo se fueron a trabajar
al rancho? –se le pregunta a Carlos, de 22 años y vecino de Ocotlán.
–Primero se fue uno y luego
se corrió la voz y se comenzaron a ir otros. El que más tiempo tenía era como
año y medio; los que menos, tres meses. Aquí se paga poco, 600 pesos a la
semana sin prestaciones. Yo la tengo que hacer de quesero, albañil… en lo que
se gane más.
–¿Cuál era la chamba ahí?
–No sé. Sólo sé que ganaban
lo suficiente para mantener a su familia. No una fortuna; pero sí para vivir
bien.
“Varios de los muertitos
dejaron a sus esposas embarazadas; por ejemplo la de Felipe, el luchador, el
día del funeral se puso mal y se le reventó la fuente. La llevaron al
hospital”, cuenta Charito, vecina de Ocotlán.
–¿Cómo supieron que eran sus
familiares? –se le pregunta.
–Por las fotos de internet.
El viernes, sábado y domingo estaba llena de gente esta calle de Libra (en la
colonia Infonavit 5), ávidos de noticias. Da tristeza porque los chamacos se
fueron en busca de mejores condiciones de vida. Aquí no las hay. Ni becas para
estudiar, trabajos mal pagados de sol a sol, como albañil, por 700 pesos a la
semana, y con eso hay que pagar renta, comida, escuela, ropa… no alcanza.
BURLAS FEDERALES
El trato hacia los deudos de
las víctimas en el Semefo de Morelia fue cruel y despectivo, informa la madre
de El Draco. Refiere que estuvo dos días a la intemperie, soportando la lluvia
y sin probar alimentos porque no llevaba dinero para comprar comida; escuchó
también las burlas de los federales que se solazaban con el asesinato de sus
hijos.
Añade que a su hijo lo
quemaron y apenas pudo identificarlo. Trae en las manos un cuadro con el
retrato del luchador, al cual le dirige unas palabras.
“¿Verdad que tú no eras…? Si
ni con tus hermanos peleabas. Mírelo”, dice a los reporteros, “todo sonriente.
Era deportista, no consumía drogas ni nada de eso”.
Érika Eunice Hurtado, hermana
de otro de los abatidos, asegura que cuando estaba dando su declaración para solicitar
el cuerpo de su hermano, agentes de la PF “a mis espaldas se estaban burlando,
estaban diciendo que ‘los agarraron como pajaritos, dormidos en su nido a los
cabrones’”.
“A Martina, otra vecina del
Infonavit 5, le dijeron: ‘¿Quieres el cuerpo de tu hijo? Híncate delante de
él’. Y lo tuvo que hacer, yo lo oí”, dice Rocío Robles.
“¿Es así como el gobierno
defiende a la gente? Queremos que vea eso Peña Nieto. Si ya los tenían
rodeados, ¿por qué los mataron? ¿Por qué no los detuvieron? Hay muchas formas
de hacer justicia y una de ellas es la captura. Muchos tienen huellas de
rodadas. Los vimos en el Semefo de Morelia en la identificación.”
–¿Les dieron copia de la
autopsia? –se le pregunta a Gerardo García.
–Nada. No nos los querían
entregar. Ya olían mal. Sellaron los ataúdes para que no los viéramos. ¡Es
indignante! Fueran lo que fueran, también son seres humanos y hay leyes que los
protegen. Según eso, están para proteger… No son autoridades, son “asesinos con
licencia”.
–¿Crees que la saña con la
que actuaron fue en venganza por los 11 federales abatidos en Ocotlán en marzo?
–Creo que sí, porque (los
muertos) eran de Jalisco y la mayoría de Ocotlán. No sé por qué salen con esas
armas (en las fotografías); aquí no hay tantas como en Michoacán. Siempre hemos
tenido mala experiencia con la policía. La gente les tiene mucho miedo porque
ellos creen que todos somos sicarios.
REBASADOS
Según la Dirección del
Servicio Municipal de Cementerios, que encabeza Ricardo Murillo Cárdenas, cada
día se hacen en promedio 1.6 entierros; entre el lunes 25 y el miércoles 27, la
cifra se multiplicó a más de 30 inhumaciones.
En una de las criptas velaron
a César Mora, de 24 años, quien según sus amistades se dedicaba a brindar
protección personal. No ofrecieron más detalles. En un extremo de su tumba se
escuchó decir a alguien: “A lo mejor sí eran (del CJNG) o no, pero no se vale
que los hayan asesinado así”.
Al parecer el cuerpo de César
era uno de los más golpeados. Uno de sus amigos comentó que tenía fracturas en
ambos brazos y la dentadura destrozada. A punto de sepultar a los jóvenes,
algunas familias, como la de Jesús Ernesto Salazar, de 21 años, tuvieron que
regresar a Morelia por el acta de defunción para concluir el trámite.
Jacqueline, hermana del joven, señala que no lo había visto desde hacía tres
años y tampoco sabía a qué se dedicaba.
La noche del lunes 25 seguían
llegando cuerpos a las capillas de velación. En una de ellas velaron a Omar
Hurtado Martínez, de 31 años. Su padre, Pablo Hurtado Ramírez, dice que su hijo
vivía con él y se dedicaba a construir muebles de sala. En las últimas semanas,
expone, lo contrataron para “arreglar casas” de gente adinerada y le informó
que iría a un rancho. Comenta que no supo más y, como otros padres, por las
noticias supo que su hijo había muerto en un supuesto enfrentamiento.
“¡Me importa madre que vengan
sobre mí, cualquier autoridad! Si creen que era un delincuente, por qué no lo
apresaron, por qué tuvieron que martirizarlo y ejecutarlo. Son una bola de
embusteros los del gobierno; estoy en contra de todo ese salvajismo”, recalca.
Resalta que a Omar le
cortaron los testículos, lo ahorcaron y le dieron un tiro en la frente. El
joven estaba casado y tenía tres hijas, una de ellas de apenas 22 días de
nacida.
La mañana del lunes 25, los
Montaño Zúñiga estaban en la capilla El Ángel, donde despidieron a su hijo,
Carlos Octavio Montaño Zúñiga, de 19 años.
Francisco Montaño, padre del
muchacho, relata que, la tarde del jueves 21, el joven salió de su casa sin
avisar a dónde iba y sólo volvieron a tener noticia de él cuando había muerto.
“Fue como una cubetada de
agua fría”, menciona el padre, quien resalta que su hijo le fue entregado en
una bolsa que le llegaba hasta el cuello.
Por el alto grado de
descomposición que presentaban los jóvenes ocotlenses, los familiares no
pudieron velarlos mucho tiempo y los llevaron casi de inmediato a enterrar.
En una de las salas de
velación, la familia Reynoso Tejeda despidió a su hijo Víctor Hugo, de 29 años.
Su madre, Teresa Tejeda, dice que Víctor se fue a la cosecha de jitomate a la
región donde ocurrió el supuesto enfrentamiento y luego perdió comunicación con
él.
Después se enteró del
fallecimiento por la televisión. Comenta que cuando fue al Semefo de Morelia a
recoger el cuerpo de su hijo, notó que además de las perforaciones de bala
tenía huellas de tortura.
MÁS DUDAS
Para Graciela Pineda la
desgracia en Ocotlán la instituyó el presidente Enrique Peña Nieto cuando
decidió enviar a la Gendarmería Nacional (división de la PF) para custodiar sus
calles. Dice que los uniformados sólo llegaron a extorsionar y matar a la
gente; golpean y les quitan sus pertenencias a los ciudadanos. Menciona que
hace tres meses vio por última vez a Martín, aunque tenían comunicación
constante por teléfono. Éste le dijo que iría a Michoacán, sin darle
explicaciones, y después se enteró de su fallecimiento.
“Cuando no había gobierno,
como ahora”, coinciden varios testimonios, “no nos faltaban al respeto los
malandros o sicarios, como les dicen; no había robos ni asaltos. Ahora ‘los
negros’ (los efectivos de la PF) lo ven a uno en la calle y le quitan todo:
celulares, dinero, relojes, esclavas, anillos. Se meten a las tiendas y no
pagan la mercancía. No pasaba eso con los sicarios.”
“Qué necesidad hay de tener
miedo hasta para ir a trabajar”, afirma Rocío Robles, y añade: “Los sicarios
patrullaban, ayudaban a la gente; si alguien estaba enfermo o sin trabajo, le
daban dinero. Ya no están y la policía no nos deja en paz. En Navidad el
gobierno regalaba pelotas y las aventaba a ver a quien le tocaba. Los del CJNG
llegaban con cinco camionetas a cada colonia, con todo tipo de juguetes… hasta
bicicletas. Eran algo así como las autodefensas de Michoacán, cuidaban a su
pueblo.”
Al cierre de ésta edición
trascendió que en el Rancho del Sol se encontró una chamarra de la Dirección de
Seguridad de Pública de Ocotlán, lo cual hizo pensar que efectivos de esa
corporación participaron en la matanza; sin embargo, el titular del organismo,
Diego Cervantes Maldonado, se apresuró a declarar a un medio local que el
uniforme encontrado no está vigente, es falso y por ende sus policías no
estuvieron en Ecuandureo.
“Es un uniforme bordado en
hilo. Quiero recalcar esta parte: A partir de esta administración municipal, de
2012 a la fecha, los uniformes que se han proporcionado a los elementos de la
Dirección de Seguridad Pública tienen en la espalda un material que se llama
tránsfer, un material plástico, de vinil, que refleja la luz. No tenemos
uniformes de esas características o con ese material. En esta administración
hemos solamente entregado uniformes con tránsfer”, dijo.
No obstante, un efectivo de
la dependencia –quien pidió el anonimato– asevera a Proceso que en el Rancho
del Sol murieron tres expolicías municipales que habían sido despedidos en
noviembre de 2013 porque no acreditaron el examen de control y confianza. Cervantes
replica que uno de ellos renunció voluntariamente y le perdió la pista.
INFONAVIT 5
En la colonia Infonavit 5, al
cruce de las calles Libra y Tauro, un grupo de cinco jóvenes levantó un altar
con fotografías de los caídos en el Rancho del Sol.
En una imagen se aprecia el
retrato de un chico empuñando un arma de alto poder y en otra se ve un joven
sosteniendo lo que parece una metralleta. En el centro del altar hay un cuadro
con la figura de San Judas Tadeo, patrono de las causas perdidas, y los nombres
de todos los abatidos de Ecuandureo junto con sus apodos. Coronas de muerto que
dicen, por ejemplo, “Para los Guerreros de la 5”, botellas de tequila vacías y
latas de cerveza colocadas disimuladamente entre veladoras.
Infonavit 5 está en el oeste del
municipio, muy cerca de la colonia Mascota, donde el 19 de marzo ocurrió el
enfrentamiento entre federales y sicarios del CJNG. En la esquina de Libra y
Tauro hay un muro que separa a la colonia de la zona de tolerancia.
Afuera el grupo de jóvenes
que montó el altar vigila atentamente a quienes llegan, los observan con
desconfianza y preguntan quiénes son. A estos reporteros les solicitan
identificaciones. Satisfecho el trámite, los jóvenes empiezan a hablar. Uno de
ellos comenta que 11 de los asesinados en Ecuandureo crecieron en la colonia
Infonavit 5.
Quien habla tiene unos 35
años; no da su nombre, pero asegura que los conoció a todos. El resto expresa
su indignación por la forma en la cual fueron asesinados. Uno de ellos muestra
la edición del diario Página 24 Jalisco que tiene en portada la imagen de un
joven tirado en el suelo con el cuerpo repleto de sangre, sin dientes y con los
brazos rotos.
–El gobierno se pasó de
lanza. ¡Crees que si hubiera sido enfrentamiento, los agarran sin pechera! –exclama.
–¡No! Los agarraron dormidos
y no les dieron oportunidad para que se defendieran –interviene uno de sus
amigos.
Las calles de Ocotlán están
repletas de propaganda política de quienes, desde diferentes partidos, aspiran
a ocupar la presidencia municipal o diputaciones locales y federales. Destacan
el priista Eduardo González, abarrotero que quiere ser alcalde, y el panista
Absalón García Ochoa, quien ya fue alcalde y ahora busca una diputación
federal.
Ninguno de ellos se asoma en
estos días aciagos para continuar su proselitismo. Tampoco lo hace el alcalde
Enrique Robledo, a quien se buscó para obtener su versión. No se le pudo
localizar.
En la parroquia tampoco está
el sacerdote responsable de ella; el personal a su cargo dice que él es el
único autorizado para hablar del tema. Su sustituto menciona que no es oriundo
del lugar y sólo puede ofrecerle a los deudos un mensaje de paz. Parece tener
prisa en despedir a los reporteros.
La matanza de Ecuandureo
volvió a poner a Ocotlán en la mira nacional. Pero la gente no se quedó en
silencio, expresó su opinión en las redes sociales.
Así, en Facebook y Twitter se
difundió un mensaje sin firma: “Ocotlán NO (sic) está de luto, los que murieron
en Tanhuato eran delincuentes. Estarán de luto sus familiares y amigos, quienes
no pueden negar su parentesco o amistad, pero tampoco pueden negar que sus
hijos, padres o hermanos que murieron al enfrentarse con la policía, en vida
robaban, golpeaban, secuestraban y mataban a otros que también eran padres,
hijos o hermanos”.
(PROCESO/ REPORTAJE ESPECIAL/ F.
CASTELLANOS, J. COVARRUBIAS Y M. RAMÍREZ
/ 30 MAYO, 2015)