El
feminicidio en el Estado de México es peculiar. A diferencia de otras
entidades, en el estado del Presidente Enrique Peña Nieto la masacre de mujeres
no se concentra en unos cuantos municipios, sino se extiende en todo el
territorio.
Ellas
mueren de la peor manera en los municipios populosos del Valle de México o en
los pequeñitos de las regiones rurales, en los pobrísimos o en los que gozan de
un desarrollo humano equiparable al de Europa, en los que limitan con Puebla o
en los contiguos a Querétaro.
¿Es
suficiente la declaratoria emitida para los 11 municipios más poblados?
Una
manera de responder es con la muerte de Smith, una vida en el ardiente del sur
mexiquense, una tierra tomada, desde años, por el narcotráfico de Michoacán y
Guerrero.
Janet
Smith, asesinada en Luvianos, Estado de México. Foto: Eduardo Loza
Luvianos,
Estado de México, 10 de julio (SinEmbargo).– Alfonsa supo de la muerte de su
hija porque un regidor municipal de Luvianos pasó por el caserío de Caja de
Agua y se detuvo frente al borlote de su casa. Se asomó y miró a la muchacha
desvencijada, doblada sobre sus piernas con la sien izquierda hecha un
manantial rojo.
El
funcionario supo que la difunta era Smith, la hija de Alfonsa. Entre sollozos,
vecinos y policías llevaron al hijo de Smith a una tienda Liconsa, programa de
apoyo social del gobierno federal. Jaime, marido de Smith y padrastro del
pequeño, no aparecía por ningún lado. Lo habían visto por la tarde, ya ebrio y
en el billar del pueblo. También estaba ausente la pequeña hija de ambos.
–Avísale
a Alfonsa –pidió el regidor a una hermana suya, vecina de Alfonsa, pero no la
encontró.
“Cuando
llegué ya venía queriéndose hacer oscuro y vi un carro. Me pararon y me
subieron. Me empezaron a platicar, pero no me quisieron decir nada. Nomás me
dijeron: ‘La andan buscando, le van a decir algo, pero es mejor que se allá’”.
La
vecina tenía alrededor un torbellino de comadres. Nomás entró Alfonsa a la
casa, el cuchicheo cesó, como si se apagara una televisión con estática.
–Dile
tú –pidió una a otra de menor edad.
–No,
dígale tú –desvió esta hacia una mujer más grande.
Alfonsa
tuvo certeza de la tragedia, pero supuso que había caído sobre el menos de sus
hijos migrados a Estados Unidos.
–¡Tiene
diabetes! –susurró una más en voz baja, pero tan tensa que lo mismo hubiera
dado si lo gritara.
–Le
pegaron… –quiso animarse una.
–¿Qué
pasó? ¡Ya díganme! –exigió Alfonsa.
–No
ps, la verdad… lo que pasa…
–Necesito
que usted se quede tranquila, que se controle pa’ poder decirle.
–¿Le
pasó algo a mi hijo Emilio?
–No,
comadre. No. Emilio está bien.
–¿Entonces
quién?
–Su
hija.
–¿Qué
hija? –pensó Alfonsa primero en Alma.
–Ps…
Que le pegaron.
–¿A
quién comadre?
–Y
la verdad ya ve usted que no se da cuenta que por aquí anda la gente… Ya sabe:
la gente mala –sugirieron a los narcotraficantes que andan en guerra lanzándose
cabezas como si fueran granadas.
–¡¿Pero
a quién, comadre?!
–Ps…
le pegaron a Janet Smith.
En
Luvianos, tal vez por extensión del lenguaje usado en la cacería de tigrillos e
iguanas, pegar es dar un tiro. El niño de Smith, entonces cercano a los cinco
años, aseguró que su padre recargó un cuernito en la cabeza de su madre y luego
disparó.
Alfonsa,
la madre de Smith, su hermana y su hijo. Foto: Eduardo Loza
***
Alfonsa
es una de esas personas sin recuerdos independientes del trabajo. Apenas caminó
sin apoyo, debió hacerlo entre los surcos de la diminuta parcela familiar. En
cuanto tuvo oportunidad, huyó de esa miseria y se refugió en la pobreza extrema
de Cipriano, el padre de casi todos sus hijos.
La
mujer gira los ojos cuándo busca algún dato dentro de su cabeza. Se esfuerza,
pero no hay mucho. Aparenta 65 años y todavía le falta un tramo de tres años
para los 50. Alguna partícula de belleza aún destella en sus ojos oliva oscura.
“Yo
me vine vivir con mi marido bien chica. Él y yo somos de aquí, de Luvianos. Yo
iba a cumplir… Demoramos en casarnos, porque cuando yo me casé ya iba cumplir
15 años. No recuerdo en qué año fue eso”.
Alfonsa
alumbró su primer hijo en la Cruz Roja de Naucalpan. El segundo en la casa de
una tía, asistida por una partera con cara de pasa recargada en la esquina de
la habitación en que la muchachita gritaba. La tercera nació en Santa Cruz,
municipio de Luvianos. “Nació bien, sin problemas. No estaba bonita, pero
tampoco fea”.
Smith
fue nombrada así por la inexplicable certeza de sus padres de que ése es nombre
de mujer y no apellido de gringo. Janet Smith Estrada González nació el 15 de
enero. “No me acuerdo del año. Tenía 25 años cuando le pegaron, cuando la
mataron”.
–¿Qué
sintió usted de tener a la niña?
–Pues…
bien.
–¿Le
gustó?
–Puessss…
Sí –Alfonsa responde con extrañeza ante el interés de alguien por lo que piensa
y siente.
Smith
aprendió a leer y escribir en un caserío cercano llamado Salitre de Rodríguez.
No mucho tiempo después, pero sí varios hijos adelante, Cipriano dejó a
Alfonsa.
“La
verdad no recuerdo tampoco cuánto tiempo estuvimos juntos… Nos dejó… me dejó a
mí. Está con otra. Creo que con ella también tiene hijos. Todavía estamos
casados por la Iglesia”. Mira sus huaraches de plástico partidos de tanto paso
sobre polvo ardiente.
–No
son de él –interviene una niña sentada en una barda de cemento con cara redonda
y manía por sorberse los mocos todo el tiempo. Bajo su playera violeta y
estampada con el perro Snoopy se evidencia una barriga.
–La
niña que acaba de llegar y esos otros no son de mi marido. Pero él me dejó
primero –se envalentona Alfonsa.
El
brillo en su mirada se apaga de inmediato: el padre de esos muchachos también
la abandonó.
***
Smith
terminó la primaria y quedó convertida oficialmente en mujer de casa. Alfonsa
insistió a su hija la necesidad de concluir la secundaria. La madre aseguró que
trabajaría más, igual que cuando se esmeró para que los dos varones anteriores
finalizaran el nivel medio. Pero en ese momento resultaba imposible costear los
útiles escolares. Una calculadora para la clase de matemáticas sería un lujo
inalcanzable.
Alfonsa
estaba embarazada y lo volvería a estar varias veces más.
–No
mamá, me voy a trabajar para apoyarla, para ayudarle –resolvió la niña con 13
años de edad.
Y
se fue a trabajar como empleada doméstica de un vecino y ahí se estacionó
durante seis o siete años. Algún conflicto hubo y Smith se quedó en la calle y
ahí mismo consiguió empleo como cocinera de puestos de comida sobre la
banqueta. Se enamoró de un muchacho menor de edad con afición por las drogas y
maltrato a las mujeres. Cuando se atrevió a dejarlo ya había nacido su hijo
Alberto.
Buscó
resguardo con Alfonsa, pero de inmediato se le vio que ahí todo le recordaba a
la miseria de la que huyo una década atrás. Apenas lo conoció, Smith, de 23
años de edad, aceptó hacer vida con Jaime, entonces alrededor de los 40: piel
morena clara, delgado, boca grande, bigote, cejas tupidas.
“Siempre
la golpeó. Apenas se juntaron y ya le pegaba. Hasta la pateó en el estómago
embarazada de su niña. Ese día, yo andaba en la calle y me encontré alguien que
me dijo: ‘tu hija está en el hospital, que se va aliviar’. Ahí pasamos toda la
noche, pero no se iba a aliviar. Tenía una amenaza de aborto porque el fulano
ese le dio en la panza”.
Imagen
de la casa materna en el Edomex. Foto: Eduardo Loza
***
Una
de las calamidades de Smith fue la absoluta impericia de su marido para jugar
billar. El coctel Molotov quedaba completo con mucha cerveza y algo de cristal,
de metanfetaminas. O de cocaína. Una niña que le sobrevivió describe cómo el
hombre se reclinaba sobre un cristal espolvoreado y lo aspiraba por la nariz.
Entonces los ojos y las venas del cuello se le ponían como las de un caballo
tras el primer varazo en una carrera parejera.
En
realidad, aún sin perder en el billar, beber hasta dar tumbos o esnifear como
los paisanos con ida y vuelta a Estados Unidos verbalizan la inhalación de la
droga, Jaime de la Sancha Sánchez es un hombre de mecha corta, de humor tan
caliente como la tierra de Luvianos en que nació, creció y mató.
¿Cómo
era el matrimonio de Janet Smith y Jaime de las Sancha? Una hermana de menor de
Smith, Alma, una niña con 13 en ese momento lo atestiguó todo. No sólo como
expectante, sino como protagonista. Jaime la tenía forzada a vivir con ellos y
era así porque de esa manera le resultaba más simple abusar de la menor.
Cuenta
Alma:
“Nos
tenía amenazadas. Me llevó de 13 años y me ordenó que no hablara con mi mamá ni
con mis hermanos porque me iba a golpear muy feo y no sé qué tanto. Pero de
todos modos yo con qué les hablaba. No tenía el número de nadie ni a dónde
hablar.
“Me
decía: intentas hablarle a ti familia, di algo o haz algo o te pego a ti o voy
y mato a todos. Así me decía. Yo de todas formas cómo les voy a hablar. No
tengo su número. Decía: o que ellos te anden buscando y que tú sepas y te
quieras ir, primero voy y mato a todos, y ya después a ti, me decía.
–¿Viste
cómo golpeaba a tu hermana?
–Les
pegaba a las dos juntas –interviene Alfonsa.
–Varias
veces, sí –apuntala Alma. –Me golpeaba, me sangraba. Con la mano cerrada –la
niña muestra el puño.
–¿No
había nada que hacer? –se le pregunta a Alfonsa.
–Decía
que nos iba matar a todos –solloza Alma.
–¿Qué
lo hacía enojar tanto, Alma?
–Se
iba a Luvianos con dinero y lo perdía todo en el billar. Llegaba tomado,
drogado y enojado. Respiraba un polvito blanco por la nariz. Lo respiraba
diario, también tomaba diario. Siempre lo llevaban en una camioneta gris con
los vidrios negros. No sé si sea narco, pero sí es malo. Él tenía un puesto de
discos. No era de él, sino de un compadre suyo.
Jaime
tuvo cinco hijos. A uno de ellos, estudiante de primaria, lo desproveía del
cheque de Oportunidades. Con los demás las cosas no eran mejores. Alma narra
otras dos muertes “accidentales”.
Alma
reproduce la versión del hombre golpeador:
“Una
niña suya iba corriendo y se pegó en la puerta, en su cabecita y de allí empezó
a convulsionar. No pudieron hacer nada y murió. Y otro niño se sentó a comer.
Tenían sillas altas y se subió, no se sentó bien. Cayó y se pegó en su
cabecita”.
Si
esto fue así o no es algo que nunca preocupó al Ministerio Público del Estado
de México.
–¿Que
tan seguido le pegaba a tu hermana? –se le pregunta Alma.
–Diario.
Se despertaba y ya le estaba pegando. Por nada se enojaba. También al niño… el
niño una vez… –mira al pequeño con actitud de madre y en la práctica lo es–.
Fue un accidente, él no sabía nada, y le quebró una antena de conejo de
televisión. El niño empezó a jugar con los piquitos en la tierra haciendo
rayitas. Él lo encontró y se enojó. Le pegó a él y a ella también. Los pateó.
Él niño tenía cinco años. A mí me pegó varias veces también.
–¿Tú
sabes qué es el abuso sexual?
–Sí
–sorbe por la nariz. Llora.
–Lo
sabe por él. Abusó de ella –adelanta Alfonsa.
–¿Desde
qué edad?
–Me
llevó de 13 años.
–¿Y
abusaba de ti en la misma casa en la que vivía con tu hermana?
–Sí.
–¿Tu
hermana se daba cuenta?
–Varias
veces sí se dio cuenta.
–¿Intentabas
defenderte?
–Sí,
pero no había nadie.
–¿Qué
edad tienes ahora, Alma?
–Catorce.
Los cumplí el dos de mayo.
***
“La
verdad quería y no quería ir por su cuerpo. Ya se había ido la luz del día. Fui
abajo con un primo para que me llevara en su carro y él no me quiso llevar, por
lo mismo de los malos. Y para saber si fue alguna compuesta entre ellos.
Ninguno quiso. Me vine a llorar con mi hijo, uno que tiene siete años”,
recuerda Alfonsa la noche del 21 julio de 2011.
Un
conocido de la cabecera municipal pasó junto al caserío. La mujer imploró y
aceptó acercarla. Llegaron a la delegación de la policía cinco minutos después
del traslado del cadáver al anfiteatro de Tejupilco, demarcación dividida en
dos para dar origen al municipio de Luvianos en 2002.
El
hijo de Smith, el niño que describiera a Jaime como autor del asesinato de su
madre, estaba encargado en una tienda de abasto popular del gobierno. De la
niña nadie sabía nada.
La
noche ya estaba bien entrada y llovía. El hombre que había acompañado a Alfonsa
no quiso continuar. El riesgo resultaba doble: salir en la oscuridad, propiedad
del crimen organizado, y conducir bajo el agua por la carretera angosta y
sinuosa.
Sin
dinero, la mujer sólo tuvo la opción de regresar a casa con el huérfano.
A
la mañana siguiente, Alfonsa averiguó qué documentación necesitaría para
reclamar los restos de Smith. Todos los papeles estaban en casa de la difunta.
Pidió ayuda de alguna autoridad para entrar y buscarlos.
(“La
mató en una salita, en su casa, un salita los sillones de plástico negro. La
pared está toda salpicada y el sillón también. Tienen una alfombra y mi hija
cayó de cabeza ahí. A un lado de la orilla de la alfombra hay también la sangre
y todo eso”).
Alfonsa
recuperó las actas de nacimiento y demás y volvió al camino de lodo en las
mismas condiciones que la noche anterior: no tenía dinero.
Buscó
comunicación con uno de sus hermanos residentes en Estados Unidos. Aparte del
costo de trasladarse a Tejupilco y la mordida que ahí debería pagar quedaban
los costos pendientes del traslado del cuerpo, el ataúd, la misa, la cripta, la
cruz, el sueldo del enterrador…
“Por
fin llegué al Ministerio Público. Me trajeron de aquí para allá. Que lo del
forense, que la muerta, que la caja”.
–¿A
qué viene? –le preguntó algún funcionario sin distraerse para verla a los ojos.
–A
reconocer y a recoger a m’ija.
–¿Cómo
sabe que es su hija?
–Pues
me imagino que ha de ser la que golpearon ayer.
–Véngase,
sí está segura que ella es la niña.
“Me
pasaron allá y vi que era ella. Tenía sangre aquí –entre el ojo izquierdo y la
sien–. Mi hija no estaba vestida. La tenían en la plancha, así, desnuda. Rajada
desde aquí hasta acá –se lleva un índice de la barbilla al ombligo.
“La
caja y las mortajas sí las compramos. Pedí ayuda con uno de los regidores del
ayuntamiento. Me apoyaron con una caja, pero al mismo tiempo que echaron a mi
hija, se desclavó. Entonces me la cambiaron, pero me pidieron 400 pesos. La
vestí de blanco, con la mortaja que le compramos”.
El
hogar que Alfonsa mantiene en el municipio de Luvianos. Foto: Eduardo Loza
***
La
mujer lleva a cuestas seis o siete niños, hijos o nietos, incluida la muchacha
embarazada. Alfonsa debe sacarlos adelante con el lavado y planchado de torres
de ropa ajena a razón de 35 pesos la docena. Cuando logra emplearse como
trabajadora doméstica recibe 100 pesos diarios, equivalentes a dos kilos de
huevo, uno de tortilla, una lata de chiles y una Coca-Cola de dos litros.
De
algo sirven los cheques del Programa Oportunidades del Gobierno federal. Y eso
es todo: Alfonsa y su marabunta infantil carecen de animales y parcela para
medio llevar la vida con el autoconsumo. La casa en que viven es un cajón de
adobe dado en préstamo por una comadre. Nadie ahí viste algo que no sea
regalado. Todos calzan huaraches de plástico a los que el polvo igualó con el
color de los tobillos. Algún escurrimiento de un venero es lo que se tiene como
agua potable.
Alfonsa
tampoco es mujer de muchas certezas, pero las que tiene son inamovibles. Los
hombres son violentos, las mujeres son sumisas y el gobierno es algo de otra
galaxia. Estudió hasta quinto año de primaria. “No muy bien que digamos, pero
sí sé leer y escribir, aunque hago la letra muy arrebatada”.
Cuándo
alguno de los niños o la mujer enferman acuden con un médico particular. No hay
más. Alfonsa refiere un médico de nombre Abraham, quien cobra 500 pesos por
consulta, incluso las subsecuentes al diagnóstico que le hizo de diabetes e
hipertensión. Lo mismo hace con sus niños. Una opción, cuando está abierto y
puede ir a Luvianos, es recurrir a un consultorio del Dr. Simi donde una médica
general garrapatea el nombre de algún medicamento que la mujer surte en la
farmacia de la misma empresa.
–¿Y
si necesitaran hospitalizarse? ¿Usted ha necesitado estar en el hospital?
–Nomás
cuando me aliviaba de mis hijos.
–¿Y
sus hijos han necesitado estar en el hospital?
–Sí,
no tiene mucho. Uno de mis hijos que va en la primaria, en cuarto, le picó un
alacrán y sí me lo tuve que llevar al hospital de Luvianos –en referencia al
centro urbano del municipio. –Sí demoramos para irnos, porque aquí no había
carros. Hasta que pasó uno nos subimos, pero como la verdad no tomé tiempo ni
nada, no sé. Cómo 40 minutos de aquí allá. Ya estaba, ora sí que… Ya ve que el
alacrán es como… Pues sí, ya estaba para morirse. Ya estaba morado. Se estaba
asfixiando. Y todavía demoró para
reaccionar, porque todavía le pusieron sueros y vinimos a dar aquí ya en la
noche.
–¿Aquí
no hay clínica?
–Ahí
está una, pero doctor no hay diario y no tienen las inyecciones para alacrán.
–¿En
dónde le picó?
–Andaba
por allá en la milpa. Le picó en el dedo. Tenía 10 años de edad.
***
Luvianos
es una muesca al sur del Estado de México hendida en los límites de Michoacán y
Guerrero, en la región conocida como Tierra Caliente. Luis González y González,
historiador y fundador de El Colegio de Michoacán, describió así a esa nación
interior:
“De
las épocas que fue lumbre (por el origen volcánico del suelo), todavía retiene
la temperatura calurosa. Se le dice Tierra Caliente con sobrados merecimientos,
por razones muy justificadas. Según algunos es susceptible de hacer huir a los
mismos diablos; según otros, basta con rasguñar un poco el suelo para sacar
diablitos de la cola. Unos y otros afirman haber visto difuntos terracalenteños
condenados al purgatorio que volvieron por su cobija.
“La
Tierra Caliente es un país tropical, en medio de mala reputación, distante de
las rutas máximas del tráfico mercantil (…) Por su débil situación respecto a
las veredas del hombre, se le estampó el epíteto culto de la Última Tule y el
apodo popular de fondillo del mundo”.
Las
explicaciones son las esperadas: las mujeres son entendidas, incluso por las
instituciones, como un género vulnerable y naturalmente sujetas pasivas de la
violencia. Golpear a las mujeres en el sur del Estado de México es una
condición propia de la virilidad. Permanece la costumbre políticamente aceptada
de que las mujeres vigilen bien que su autoestima se mantenga baja.
“Si
le pegas a tu mujer luego te la tienes que coger. No puedes nomás pegarle.
Luego hay que cumplir”, filosofó un hombre con camisa blanca y abierta hasta el
ombligo, bigotes largos y ralos y sombrero con un cintillo negro en la corona.
Ese es el estilo en la Tierra Caliente. “Mujer que trabaja, de pendejo no te
baja”, continuó el hombre, sentado frente a un grueso consomé de chivo ardiente
por lo caliente y por lo picante, remedio que, confiaba, le exorcizaría la
cruda.
Antonio
Jaime Juárez es procurador de la Defensa del Menor y la Familia de Luvianos.
Explica que muchos hombres, perceptiblemente más que en las zonas urbanas,
prohíben el desenvolvimiento profesional de sus esposas e hijas con el
argumento del descuido de los hijos y de las labores del hogar, sus dos
funciones prioritarias, únicas en muchos casos. Se es en función del servicio a
un hombre: al padre, al marido, al hijo.
En
los hombres subyace el temor de competir en el aspecto económico y de
reconocimiento laboral. Los niños crecen con la certeza de que las niñas son
personas subordinadas a su género.
“En
primaria y secundaria existe mayor presencia de mujeres, pero en los niveles
superiores cambia la proporción. Los pocos profesionistas que tenemos casi
todos son hombres. En los casos de violencia, las mujeres llegan conmigo y se
quejan que el Ministerio Público, cuando se entera del problema, no hace nada.
Si no llevan lesiones evidentes nomás no da seguimiento. Hasta que ven una
situación verdaderamente grave se preocupan por iniciar una carpeta de
investigación.
“Conozco
más casos de violencia intrafamiliar contra las niñas que contra los niños. Y
es aún más frecuente que las niñas sufran violencia sexual por parte de algún
familiar que los niños. De 10 asuntos que atendemos de maltrato infantil, dos
involucran abuso sexual contra una niña. La mayor parte de las veces el agresor
no sufre consecuencias”.
–¿Por
qué?
–Muchas
veces no se encuentran pruebas suficientes en los casos de abuso sexual.
Algunas son situaciones que ocurrieron desde tiempo atrás y al momento de
acudir al Ministerio Público el argumento de las autoridades es que requieren
evidencia precisa, por ejemplo, rastros de semen, lesiones vaginales recientes.
El
fuego del narco en Luvianos es el mismo de Guerrero y Michoacán. En el juego de
alianzas y traiciones se disputan el terreno La Familia Michoacana, porciones
de los Beltrán Leyva, Los Zetas y Los Caballeros Templarios de Michoacán
apoyados con el Cártel de Sinaloa.
Las
mujeres enfrenten nuevas formas de abuso ante la radicalización del machismo.
El crimen organizado está poblado de hombres que refrendan una y otra vez su
hombría con el ejercicio de la violencia. Pero esta lógica también produce un
efecto que pudiera entenderse contrario: “algunas mujeres acuden a los grupos
de delincuencia organizada para pedir protección o castigo al responsable de
una agresión en su contra en vez de hacerlo con la autoridad”, comenta el
funcionario municipal.
Simplemente
existe la percepción que el ajusticiamiento es más eficaz que la justicia.
Foto:
Eduardo Loza
***
El
agente del Ministerio Público de Luvianos citó a Alfonsa. Pidió documentación y
le instruyó ir a Toluca para continuar con la denuncia y la búsqueda de la hija
de Smith y Jaime.
–No
puedo ir a Toluca, no tengo dinero. Trabajo y mis hijos van a la escuela
–repuso Alfonsa sin despertar interés alguno del funcionario.
Jaime
reapareció al final del novenario. Encontró la casa de una hermana de su suegra
en Tejupilco y casi tumbó la puerta.
–¡Voy
matar a tu hermana y a sus papás y a sus hijos! ¡Los mato a todos si no me
entregan a Alma! –bramó.
“Aquí
nunca quiso venir ese fulano. Aquí ya sabe que andan esos hombres… Los malos”,
susurra.
–¿Los
malos? ¿La Familia Michoacana?
–Ajá.
–¿Ajusticiarían
al hombre que mató a su hija?
–Ajá.
Los malos.
Jaime
no cesó.
–¿Dónde
estabas cuando mataron a tu hermana? –se le pregunta a Alma.
–Yo
estaba en México, con un hermano mío. Me escapé de casa de Jaime cuando salí de
sexto de primaria. Mi hermano vino y me dijo que si me iba para allá con él. Y
sí, sí me fui y allá estaba con él.
–¿Ya
estabas embarazada?
–No.
–¿Cómo
fue, entonces, que te pudo embarazar ese hombre?
–Ella
se había ido con mi hijo a México –explica Alfonsa–. Jaime la quería y mató a
mi otra hija para quedarse con ella. Nos amenazaba con que si no la
entregábamos nos iba a matar a todos. Yo no sé cómo dio con ella, pero la
encontró y se la cargó –en referencia a su hija Alma.
–¿Tú
ya sabías que la había matado él? –a Alma.
–Ya
me habían dicho mi prima Minerva y mi hermano.
–¿Y
cómo fue que te llevó? ¿Estaban en el DF?
–Sí.
Yo iba con mi sobrino chico a la tienda y no sé… Llegaron varios carros con
hartos hombres y me dijo: “¡Súbete o mato al niño!”. Me lo arrebató y yo me subí
para que lo dejara –gime la niña.
–¿Cuánto
tiempo estuviste en esa casa, cuánto tiempo te tuvo robada?
–Un
año.
–¿Y
usted qué hizo ese año? –se le pregunta a Alfonsa.
–Nada,
porque yo no sabía dónde estaba, si ella vivía o no vivía, si estaba con él.
–¿No
fue usted al ministerio público para decir que Alma estaba desaparecida?
–Sí,
aquí con el licenciado de Luvianos. La verdad les dije que no podía saber si
estaba con él porque no sabía dónde estaba. Por eso fue que el licenciado no le
puso nada en las hojas que llevamos allá.
–¿Cuánto
tiempo tienes de embarazo, Alma?
–Cuatro
meses. Cuando supo que estaba embarazada me dijo que me asesinaría luego de que
me aliviara de su hijo.
***
Alma
quedó enclaustrada en Toluca, en la casa de una hermana Jaime, donde también
tenían retenida y oculta a la pequeña hija de este hombre y Smith.
–¡Déjame
ir, por favor! –suplicaba la jovencita a esa mujer de nombre Yolanda.
–No
puedo. No puedo.
Alma
encontró alguna oportunidad y escapó. Se ocultó con sus tíos en Tejupilco.
Jaime de la Sancha enloqueció y tomó camino hacia el sur.
La
noticia subió de pueblo en pueblo y de caserío en caserío hasta el cajón de
adobe en que vive Alfonsa. Alma se guareció en la presidencia municipal de
Tejupilco y los demás buscaron ayuda en con los policías judiciales.
El
tío político de Alma encontró a Jaime rumiando en una jardinera frente a la
alcaldía, a pocos metros de la niña por la que justificaba su locura.
–¿No
vas a venir por la chamaca?¿No la quieres? Yo te la vengo a entregar –le
propuso.
Jaime
encegueció. Caminó hacia la ofrenda de la jovencita. Llegó él seguro de que se
iba a llevar a la chamaca. En cuanto llegó, lo rodearon los policías. Lo
llevaron preso a la cárcel de Temascaltepec. Era la segunda semana de agosto de
2012.
El
caso pareciera sencillo, pero las circunstancias lo complican todo. El abogado
de oficio que lleva la defensa de Jaime argumenta que la declaración del hijo
de Smith es inverosímil por su edad e inducida por la asistencia que el niño
tuvo de una psicóloga durante la audiencia.
Sacando
pesos de la nada, la mujer ha buscado a un funcionario –no especifica qué cargo
tiene y sólo se refiere a él como “el licenciado” –quien le heló la sangre:
–Si
no muestra más pruebas, él va a salir –le ha advertido como si la
responsabilidad de la investigación e integración de la acusación fuera de ella
y no suya.
–Licenciado
no sé si me quiera ayudar, pero, ¿qué más pruebas quiere? Ella violación y
secuestro y la otra asesinato. No es justo licenciado. ¿No basta con lo que
hizo con mi hija? De Alma me dijeron que la tenía que llevar a donde fueron los
hechos, a donde la violó él, allá en Toluca. ¿Y cómo la llevo, si dinero no
tengo? De perdida me gasto 500 pesos. Y eso no comiendo nada.
–¿Están
viendo a Alma en el hospital? ¿Ha venido alguien a verla a ella?
–No.
Continúa
Alfonsa:
“Me
mandan para el con un licenciado que se llama Juvenal no sé qué. No he podido
ir, no tengo dinero, tengo a mis hijos en la escuela y trabajo para ellos.
Andamos viendo lo de la niña de Janet Smith en el DIF.
“Será
que me ven sin dinero, pero yo no lo quiero libre, porque nos va a fregar más.
Eso se lo buscó él, yo no lo delaté porque haya querido. Tengo miedo que ahora
sí venga y ahora sí nos mate a todos”.
El
recuerdo de Janet Smith. Foto: Eduardo Loza
***
El
gobernador Enrique Peña Nieto, nacido el 20 de julio de 1966, celebró su
cumpleaños 45 en la víspera del asesinato de Smith. Visitó Chimalhuacán, uno de
los municipios más pobres y en que el odio a las mujeres se expresa con mayor
crueldad en el Estado de México.
El
asunto era la entrega de un hospital materno-infantil. A su lado sonreía
Angélica Rivera, vestida con un chaleco rojo, ya en plena carrera hacia Los
Pinos. El eventual candidato presidencial quiso alcanzar el templete, pero
resultó imposible.
“¡Estas
son las mañanitas, que cantaba el Rey David, hoy por ser día de tu santo ter
las cantamos aquí. Despierta, Quique despierta (…)”!, estalló una espontánea
multitud de mujeres.
El
político tardó media hora en llegar al micrófono. A todas saludó, a todas besó.
Cuando
al fin logró su cometido y tomó el micrófono, dijo que había inaugurado una
nueva forma de hacer gobierno. Que el cumplimiento de los compromisos era el
sello de su administración.
“Agradezco
aquí la presencia de miembros de mi familia, en la celebración de mi
cumpleaños. Hoy recordaba hace un momento con Angélica, mi esposa, que esta
celebración siempre hemos querido compartirla con la gente del Estado de
México, con la gente a la que nos debemos, la gente que nos dio su mandato hace
seis años para cumplir y servirle al Estado de México.
“Y
por eso, ¿qué mejor manera de celebrar este cumpleaños, que hacerlo al lado de
nuestra gente, al lado de la gente que nos ha depositado su confianza, y poder
honrarla cumpliendo compromisos?”, apuntó.
Enrique
y Angélica develaron la placa de la obra pública con la indicación de que se
trataba del compromiso cumplido número 600.
Y
el mismo día en que Smith murió asesinada, el gobernador Peña Nieto estuvo
Tejupilco, del que hace pocos años se desprendió Luvianos para convertirse en
municipio independiente.
Pero
el feminicidio de Smith pasó desapercibido. La preocupación política mexiquense
estaba centrada en la campaña negra lanzada por el PAN.
En
Monterrey, a casi mil kilómetros de distancia, los panistas desplegaron
espectaculares alusivos al regreso del PRI a la gubernatura de Nuevo León a
manera de advertencia de la vuelta de este partido a la Presidencia de la
República. La propaganda mostraba los rostros de los gobernadores Rodrigo
Medina y Enrique Peña.
“Sobre
este tipo de campañas, realmente ni me ocupan en este momento porque yo creo
quien incurre en campañas sucias, denostativas (sic), con señalamientos que
denigran la política”, dejó Peña Nieto inconclusa la frase. “No es la forma de
hacer política. La política se prestigia a través de un debate y de una actitud
constructiva y positiva. Sí, crítica, cuando deba de darse, pero con sustento”.
Horas
después, Alfonsa suplicaría a quien se encontraba para que la llevara a recoger
el cadáver de su hija. Días después, el asesino se llevaría plagiada a otra de
sus hijas, una niña, a Toluca, capital del Estado de México. Ahí abusaría
durante todo el año siguiente, el mismo en que la escena del hospital de
Chimalhuacán se reprodujo miles de veces.
(SIN
EMBARGO,MX/ Humberto Padgett/ julio 10,
2015 - 00:00h)