Cuando
El Honguito murió, a fines del 2000, el río de muertes del narcotráfico aún no
represaba en el Estado de México. Las narco ejecuciones, las narcomantas, las narco
cartulinas y los narco policías irrumpieron en la vida de los municipios
mexiquenses en 2006 y 2007, cuando La Familia Michoacana y Los Zetas
continuaron su guerra y expansión.
Iniciaba
el Gobierno estatal del hoy Presidente Enrique Peña Nieto y Eruviel Ávila, hoy
Gobernador y aspirante presidencial, concluía la primera de sus dos
presidencias municipales e iniciaba la segunda de sus dos diputaciones locales.
Para
los cárteles, el reclutamiento de consumidores, “halcones”, vendedores y
sicarios fue pan comido ante la mayor población joven del país, un mar de
chavos de las zonas urbanas populares con mínimas expectativas de desarrollo
educativo y laboral.
Ahora
el Estado de México es la entidad con la mayor alza de asesinatos de menores de
30 años, una tendencia constante desde 2007 a diferencia de los estados
definidos por la violencia del crimen organizado –Chihuahua, Guerrero, Sinaloa
y Tamaulipas– que muestran reducciones en su incidencia de homicidios dolosos
para ese grupo de edad a partir de 2011.
En
Ecatepec, municipio del Gobernador del Estado de México, estado del estado del
Presidente de la República, han hecho base algunos de los cárteles más
sangrientos de México, incluido el de los Guerreros Unidos.
Y
de esto va la historia del Leo…
TERCERA DE TRES PARTES
El
taller de la familia Morales en Ecatepec. Foto: Eduardo Loza
Ecatepec,
Estado de México (SinEmbargo).- La doctora corre la cortina del separo en la
sala de urgencias y contiene la respiración ante el rostro del Leo. Su padre,
El Pepino, aprieta una mano del muchacho, aún consciente.
Es
22 de marzo 2013, un día extraño para llevar una chamarra negra de pluma de
ganso en que El Leo está enfundado en la camilla.
–¿Fue
un machetazo? –averigua la médica luego de enjuagar la cara del joven y ver la
quijada expuesta.
Al
padre, un veterano del barrio de Valle de Guadalupe, donde hace algunos minutos
pasó un auto deportivo blanco escupiendo metralla, aún le rebota el ruido de la
balacera en la cabeza.
¡Pum!
¡Pum! ¡Pum!, el tableteo quebró la tarde y El Pepino brincó de la miscelánea
que en ese tiempo atendía a la calle con el nombre de su hijo en la boca.
¡Pum!
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!, el cargador parecía que no se vaciaría jamás.
Entonces
encontró al Roth con los ojos abiertos, inmóvil, y a su lado una cartulina
naranja fosforescente firmada por Los Guerreros Unidos y con la advertencia a
la Familia Michoacana, cártel para el que ha trabajado El Leo como vendedor de
drogas en los límites del Estado de México y el Distrito Federal.
–Fue
un balazo –informa El Pepino.
La
especialista y alguna enfermera abren la chamarra y el pecho y abdomen quedan
al descubierto como un campo minado: nueve tiros, además del recibido en la
cara.
El
Pepino jala aire. Ha visto sangre. Conoció las pandillas. Se lió a puñetazos.
Vio morir a su sobrino Alejandro, El Honguito, y al hermano de este, El Sebas.
Pero enterrar a los muchachos propios es otra cosa y esto se vuelve costumbre
familiar en el Estado de México.
Retiran
la chamarra y El Pepino la toma de inmediato. Sabe que la policía andará cerca
y que si su hijo esa noche había salido vendido piedra su improbable
sobrevivencia sería precedida por la cárcel.
Los
tatuajes en honor de los hermanos caídos… un ángel “para que me cuide”. Foto:
Eduardo Loza
***
El
Pepino comenzó temprano en la calle, antes de los 15 años de edad y se retiró
pronto, poco después de los 18 años, cuando se casó. De su matrimonio nacieron
seis hijos, El Leo fue el segundo de ellos.
–¿Qué
diferencias encuentra usted en el barrio de ahora al que usted le tocó vivir?
–pregunto al hombre cercano a sus 50, aún duro como un marro.
–Cuando
nosotros fuimos chavos, siempre vivimos en el barrio. Aprendes a vivir en el
barrio, a las costumbres del barrio y a consumir lo que te da el barrio. Entonces
desde joven, yo te voy a decir, yo me juntaba con los más grandes. Tomábamos
alcohol, fumábamos marihuana. Muchas veces me puse con cemento. Pero, ¿sabes
qué? No se veía tanto esto, ¿me entiendes? Sí, pues el amiguito que fumaba mota
iba y se escondía para darse su toquecito, ¿no? Y tú de chamaco decías vete
para allá, güey, vete para ya y ahora no.
–Había
pandillas, ¿no?
–Noo…
mmta, mmjj, mmjj. Gracias a Dios nunca pertenecí a ninguna. No me gustó. A mí
siempre me gustó vestir diferente. O sea vestir bien. No me gustó andar así de
pues piezas de pachuli, y que acá. No pues la verdad no. Acá andaban, de las
famosas, “El Quinto Patio”, “La Huaca”, “Los Apestosos Punk”, “Los Machetes”,
“La Tabiquera”, “Los Pañales”, “Los Condones”…Hablamos nomás de Chamizal, Valle
de Guadalupe, San Agustín, San Pancho, La Estrella.
–Había
violencia pero uno tenía la percepción de que la violencia era diferente. ¿Tal
vez era menos mortal?
–Sí,
sí. Era menos mortal porque a la banda de antes tenía otra educación, o sea sí
eras el malo y sí podías matar, a lo mejor sí acuchillabas a un güey, ¿no? Pero
ahora ya no. Ahora cualquier chamaquito trae
el cuete, y cualquier papá de cualquier chamaquillo agarra y le dice:
“Ahí está la pistola y vuélale la madre al que sea, güey.” Esa es la
inconsciencia de los padres.
–Si
a su hijo le hubieran tocado sus
tiempos, ¿estaría vivo?
–Pues
quién sabe, porque también era una vida era una vida loca, ¿me entiendes?
También era una vida de que todos los días te arriesgabas, que andabas aquí,
andabas allá, te ibas lejos, ya venías a deshoras de la madrugada, había veces
en que nos llegabas. Pero era otro tipo de vida, ¿me entiendes?
Nunca
he criticado a una persona porque sea adicta, porque sea homosexual, porque sea
lo que sea. Yo nunca he criticado a las personas, siempre he dejado que cada
quién sea como es. Hoy en día, el chavo de hoy en día, raro es el chavo que se
mete en una cosa buena. Raro es el chavo, es lo que te estoy diciendo. Porque
la droga lo jala. “Hola amiguito, sabes qué vámonos caminando y ya te traigo el
cuete.”
–Ustedes
si dijeran a una estimación, de 10 chavos que andan por aquí circulando en el
barrio de entre 16 y 25 años, ¿Cuántos cree que traigan fogón?
–Siete.
–¿Y
en sus tiempos?
–Pues
uno, ¿verdad? Era muy raro. Hay más armas de fuego y hay más violencia. Un arma
te da un resto de valor y, ¡Puta! Traes un arma y te sientes Dios, la neta.
¿Ajá? Entonces eran otros tiempos, yo nunca les he inculcado a mis hijos… Mira
el hijo que se va a torcer, se tuerce solo y te aclaro: yo no les inculco la
violencia, no les inculcó a que sean malas personas. Les inculco el trabajo y
todo. Que ellos no lo quieran seguir es otra cosa, ¿no? Pero yo el ejemplo se
los doy, o sea yo no quiero que mis hijos sean… sean que como yo, ¿ajá? Y mi
peor pesadilla está aquí, está aquí.
–¿Cuál
es su peor pesadilla?
–Pues
mi peor pesadilla era que mis hijos agarraran el alcohol, agarraran las drogas.
Y pasó.
–¿Qué
pasó?
–Mira,
en sí, el problema con mi hijo, el que falleció, Leonardo David Morales Limas,
le decían El Leo, era que, pues que lo quisimos de más. No le supimos dar la
orientación necesaria o a lo mejor yo nada más se lo daba de palabra.
Al
Leo lo quisimos de más, y la flojera lo orilló al vicio, dice su padre. Foto:
Eduardo Loza
***
El
Leo nació el 6 de noviembre de 1986. Dejó de estudiar al terminar la
secundaria, como muchos de los muchachos de por aquí. La explicación recurrente
es que sus familias no cuentan con los recursos económicos para continuar con
una educación que, al terminar con una licenciatura, llevará al mismo desempleo
que se sufre al salir de la secundaria.
–¿Cómo
era El Leo?
–Pues
era un chavo normal… Lo que pasa es que nosotros nos pasamos de echarles la
culpa al papá y a la mamá. Le dábamos coba y al hijo, cuando le das coba, ¿cómo
se vuelve? Se vuelve flojo. “Ah que mi mamá está peleada con mi papá, voy con
mi mamá. Ah que mi papá está peleado con mi mamá, voy con mi papá”. Nosotros
tuvimos la culpa de que el niño se comportara de esa manera. ¿Sí? ¿Por qué?
Porque permitimos… El peor vicio que permitimos fue… ¿Cuál es el peor vicio del
mundo? La flojera, el no hacer nada. Ese es el peor vicio del ser humano y de
ese vicio se nos vienen otros vicios.
“No
le exigíamos ni que tendiera la cama. El así como se paraba, salía para afuera,
¿no? Y a cotorrear y a estar echando la hueva, ya sabes. Echar la chelita y la
chingada. Empezó a consumir piedra. Antes de que consumiera piedra, tenía el
vicio de la mona.
–¿De
qué edad estamos hablando?
–Tenía
unos 15, 16 años, ¿no? Trece cuando agarro la mona –dice en referencia a los
inhalantes, generalmente tíner. Ya más grande le dio al vicio de la piedra.
Esto era nada más ahí, en la cuadra, entonces empezó a mezclarse con este güey,
El Quetza.
–¿Y
qué pasó con El Quetza?
–Empezó
a ayudarle a vender.
***
En
el sur de Ecatepec la historia del Quetza es bien conocida. Fue un distribuidor
local de drogas en los tiempos anteriores al arribo de La Familia Michoacana y
posiblemente ajusticiado por este mismo cártel cuando impuso la ley de que los
narcomenudistas sólo podrían vender su cocaína, piedra o marihuana. Incumplir
el mandato sería castigado con la muerte.
Los
Morales Rodríguez saben que El Sebas, el segundo de sus muchachos en morir
asesinado, también trabajó para El Quetza durante algunas temporadas. Lo mismo
hicieron unos 20 o 25 muchachos, muchos
muertos, otros presos, unos más locos. Los menos sobrevivieron.
El
Quetza “murió por una intoxicación de plomo”, bromean en el barrio en
referencia a los treinta y tantos balazos que le dieron.
También
en las calles se sabe que el empleador del Quetza fue un tío suyo, un policía
federal de apellido Sierra, también asesinado durante la ocupación michoacana,
en el pueblo de Xalostoc, el mismo sitio del que salió el Gobernador Eruviel
Ávila.
–Él
traía la merca y él le daba de vender a los morros. Ya empaquetada y todo:
“¿Sabes qué? A ti te voy a dar mil piedras.” O te daba 500, según la confianza
–explica un amigo del Leo.
–A
Leo, ¿cuántas les daba?
–Pues
sí le daba varias.
–¿Cientos?
–Mmmj.
–Eso
en cada vez.
–Mmjj.
–¿Más
o menos cuántas?
–Más
o menos unas 100, 200. O sea, porque él no trabajaba de lleno con El Quetza. Él
nomás trabajaba de vez en cuando.
–
¿Cuánto dinero puede traer en la bolsa un vendedor de por aquí?
–Puede
traer mucha lana, mucha lana. ¿Tú te
imaginas cuanto es el dinero de mil piedras? De a 50 pesos cada piedra. Échale
pluma: 50 mil varos.
–
¿Cuánto le queda al vendedor por piedra?
–Cinco
varos por piedra. Son bien hijos de la chingada. Tú como vendedor, si eres
adicto, te chingas eso y más, y luego la chelita. Se te acaba ahí.
–Un
vendedor que ande recio por aquí, ¿cuántas piedras vende en una noche?
–Ahorita
ya no. Ya no tantas. En ese tiempo que estamos platicando sí se vendía como pan
caliente. Mil o 2 mil piedras en una noche. Estamos hablando de una noche de
pasadero de jueves, viernes, sábado y domingo. Eran los días puercos.
–Haz
de cuenta que estábamos en las tortillas, cuando se acababa decían, espérate,
ahorita no hay. Veinte o treinta cabrones formados en la fila –interviene otro
exempleado de La Familia.
–
¿En qué avenida? –pregunto.
–En
la Gustavo Díaz Ordaz –así nombrada en referencia al Presidente de México entre
1964 y 1970, responsable de la masacre de jóvenes del 2 de octubre.
–Entonces,
se formaban, cabrón –recupera la voz el primero de los exvendedores. –Yo te
estoy hablando no namás de jóvenes: venían señoras, señores, jóvenes, niñas,
chavas. ¡De todo! Se formaban para cuando llegara la merca. ¡Pun, pun! Y la
patrulla: ira, dando vueltas así –en tiempo corresponde con las presidencias
municipales de José Luis Gutiérrez Cureño, electo por el PRD, y del actual
Gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila Villegas.
–¿Y
la tiendita qué era?
–La
tiendita era una casa y luego ya empezaron a vender en la calle. Cuando se
cierra la cola, era en la calle. Era lo mismo del otro lado de la Hank González
–avenida así nombrada en honor del exgobernador mexiquense y patriarca del
Grupo Atlacomulco–: colonias Sagitario, Zapata, Polígonos, Valle de Aragón. Y
lo mismo en la San Felipe y CTM, que son del Distrito Federal –era Jefe de
Gobierno Marcelo Ebrard, quien reiteradamente negó la presencia de los cárteles
en la capital del país.
La
zona fue fraccionada, una parte, por el torero Silverio Pérez, quien luego de
matar toros se acomodó en la política del norte del Estado de México. Otra
porción fue fragmentada y sus servicios gestionados por Marcela González Salas,
una política mexiquense cercana a Peña Nieto.
–En
todas esas colonias, ¿cuántas tiendas calculan ustedes que había?
–Había
como unas 50 y cada tienda con su cola.
***
En
medio de su adicción y tras la muerte de su primo El Sebas, El Leo se enamoró
de una muchachita, La China, una jovencita querida por la familia del muchacho
porque no utilizaba drogas e hija de una familia conocida de toda la vida por
los Morales Rodríguez.
La
China aceptó el cortejo y consiguió un empleo para El Sebas como demostrador de
lunes a viernes en una tienda de herbolaria en el centro de la Ciudad de
México.
Un
sábado de 2013, El Leo salió a la calle y se encontró a Iván, El Antena, otro
vendedor de la zona así apodado que habría ganado su apodo por dos razones:
porque recibió 14 tiros y se levantó o porque uno de esos balazos le destrozó
los huesos del brazo derecho y el traumatólogo le colocó un voluminoso aparato
metálico y externo.
Debido
a la lesión, El Antena no podía contar el dinero de la venta de las drogas y
ese sábado debía pagar a La Familia Michoacana por la venta de la semana
pasada, así que pidió ayuda al Leo y se reunieron en una tienda del rumbo.
Terminaron la cuenta, El Antena se fue y llegó El Roth, otro del grupo.
Un
auto deportivo blanco da vuelta a la esquina. Frena frente a ellos y dos
hombres bajan con las .9 milímetros listas.
¡Pum!
¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! El Pepino escuchó y voló a la calle con el nombre
de su hijo en la boca.
El
Roth cayó primero. Herido, El Leo se recargó en la pared y se resbaló al suelo.
Uno de los sicarios avanzó hacia El Roth, acercó el arma y jaló una vez más el
gatillo. Fue un tiro inútil: antes había recibido seis tiros en la cabeza que
ahora remataba el matón.
–¡Le
dieron a Leo, le dieron a Leo! –escuchó El Pepino que le gritó una verdulera
mientras corría hacia su hijo.
El
Leo jadeó y el pistolero dio media vuelta. Acercó el cañón a la cara del
muchacho.
¡Pum!
Antes
de volver al auto acomoda, junto al Roth, una cartulina naranja fosforescente:
“Vamos por ti Pony. Atte. Los Guerreros Unidos”, se leía en referencia a José
María Chávez Magaña, jefe de la Familia Michoacana en el Estado de México,
quien sería detenido el 2 de julio de 2014 en Tejupilco, municipio mexiquense
colindante con Tlatlaya, donde el Ejército acribilló, dos días antes de esa
captura, a entre ocho y 15 supuestos miembros del mismo cártel.
(SIN
EMBARGO.MX/ Humberto Padgett julio 3, 2015 - 00:00h)