El domingo 21 de
agosto de 2011, José Alberto Loera Rodríguez se alistó para su última pelea
como hombre libre. Calzó sus botas de luchador, vistió su habitual traje negro
y se dirigió a la vieja colonia Nuevo Repueblo de Monterrey para participar en
el 20 aniversario de la Arena Solidaridad. Subió al cuadrilátero para pelear su
último combate oficial en una ruleta de la muerte, donde los ocho contendientes
apostarían máscaras y cabelleras. Cargó directamente contra su adversario
Diluvio Negro II al que sometió con una llave de campana perfectamente
ejecutada. Se paró de pies sobre sus hombros, jalando sus brazos hacia atrás
como si fueran tirantes, y lo sometió cual títere, prácticamente al inicio de
la pelea.
Fue el segundo de
los luchadores en salvar su honor, después de que el exótico Mayflower
sometiera a un oponente. En la final entre perdedores del evento al que
acudieron muchos menos espectadores de los esperados, se enfrentaron Silverstar
y El Tigre. Los tiempos han sido difíciles para la lucha libre regia desde el
año 2000. Una mezcla de violencia, falta de creatividad de las televisoras que
le apostaron al futbol y el descrédito del pancracio hundió a uno de los
espectáculos históricos de la ciudad. En una esquina del ring, después de la
batalla, Voltaje Negro lucía preocupado.
Cuatro días más
tarde, el 25 de agosto de 2011, José Alberto Loera Rodríguez– moreno, cabello a
rape, nariz chata y facciones duras participaría en el incendio del Casino
Royale; uno de los mayores atentados realizados en contra de un establecimiento
privado en el norte de México, donde fallecieron 52 personas, en su mayoría
amas de casa. Lo intrigante, explicará el experimentado comentarista de lucha
libre Andrés Pérez Sustaita varios años después del evento, es que para ese
entonces Voltaje ya era un reconocido comandante de los Zetas, mientras que
Diluvio Negro II –al que sometió- fue miembro importante de la policía de Nuevo
León durante muchos años. Cuando lo venció, algunos dijeron que era el perfecto
paradigma del creciente poder del narco en la región, pero la verdad es que en
el mundo de la lucha libre, esas cosas no importan. Una vez que te colocas la
máscara eres otra persona y a pesar de su pequeña estatura, -1 metro 70 para 70
kilos, aproximadamente- Voltaje, uno de los hombres que pasó a la historia
oficial de la ciudad como villano, fue un buen luchador.
La verdadera
identidad de Voltaje Negro fue dada conocer al público el cuatro de octubre de
2011, por Luis Cárdenas Palomino, jefe de la División de Seguridad Regional de
la Policía Federal, cuando anunció su arresto ante los medios de comunicación.
Dijo que era “uno de los cuatro presuntos responsables de planear y realizar el
ataque (al Casino Royale), por quien la Procuraduría General de la República
(PGR) ofrecía una recompensa de hasta 15 millones de pesos”. Después de un
largo periodo de arraigo en el Distrito Federal, Loera Rodríguez fue
transferido al Centro Federal de Rehabilitación Social (Cefereso) 3 de
Matamoros bajo el cargo de secuestro, donde pasará el segundo aniversario de la
masacre en Casino Royale. Al momento de su captura, José Alberto Loera
Rodríguez tenía 28 años. Esa fue la última de cinco caídas en su historia de
luchador profesional, sin límite de tiempo.
II
Desde niño, José
Alberto Loera Rodríguez fue aficionado de la lucha libre. Su padre lo llevaba a
ver las funciones y los entrenamientos de los ídolos del momento. Karonte, Blue
Fish y Centurión Negro eran sus modelos hasta que él mismo decidió ejercitarse
para poder subir al cuadrilátero. Su padre nunca peleó realmente, pero
entrenaba bajo el mote del Diablo y le legó su pasión. A pesar de que en un
principio su familia no lo apoyó por lo riesgoso –y lo poco remunerado- de su
vocación, terminaron por aceptarlo y estimularlo para que mejorara en su
desempeño, al punto en que sus tres hijos se volvieron su principal inspiración
para continuar luchando. Los llevaba al gimnasio o a las peleas, y en otras
ocasiones traía a niños huérfanos del sistema de Desarrollo Integral de la
Familia (DIF) de Nuevo León, de los que era padrino voluntario. Pero en México,
explica el intelectual Genaro Saúl Reyes Calderón, la lucha libre no da para
vivir de ella, salvo en contadas ocasiones. Mucho menos en los estados. Así que
a la par, José Alberto Loera estudió una carrera de administración de empresas
y se dedicó a trabajar en la reparación, soldadura y plomería de todo tipo, en
los circuitos de la lucha en los que se movía.
El nueve de agosto
de 2008, Voltaje Negro contempló impávido cómo se desmoronaba el ring que había
engarzado unas horas antes para el evento de inauguración de la empresa Poder y
Honor del joven promotor Luis Garza, en la arena de Factores Mutuos, en
Monterrey. En medio del desconcierto de los presentes, miró con furia –como
solía hacerlo- a uno de los comentaristas doblados de la risa por el incidente
que forzó la cancelación de la función y su reporte al seis de septiembre de
2008 en la arena femenil del centro de la ciudad. En esa ocasión Voltaje
ganaría el trofeo del honor del torneo frente a siete oponentes. Pero para
Andrés Pérez Sustaita, que presenció la función, esto probaría sobre todo la
necesidad de conseguir dinero que aquejaba al Voltaje Negro en uno de los
momentos más álgidos de la guerra contra el narcotráfico en el estado de Nuevo
León. El desplome del ring que soldó para un evento importante fue quizá la
primera caída en su labor de pugilista profesional.
Según la mayoría de
los registros consultados, Voltaje Negro comenzó su carrera de luchador entre
1998 y el año 2000 en la Arena Solidaridad, bajo el sobrenombre de Power
Ranger, presentándose ocasionalmente en la Arena Coliseo antes de ser derrotado
y rapado por Black Dragon. Unos años más tarde, en 2005, iniciaría su nueva
carrera como Voltaje Negro en la pequeña Arena Jaguar de la familia Valdez, una
casa transformada en centro de luchas de barrio, en medio de la colonia San
Bernabé.
Voltaje consideraba
como su maestro a su compadre, el veterano luchador Karonte. Al principio el
discípulo se involucró en la lucha libre extrema, que tuvo un fuerte boom
durante algunos años, pero lo que a él le gustaba era la lucha libre
tradicional. En la lucha extrema, sin embargo, fue donde comenzó a hacerse
famoso, con su tradicional atuendo negro varado de rayos y la máscara de
soldador con la que se presentaba antes de enfrentar a sus oponentes con
sillazos, tablas y explosiones de neones en esta rama de la lucha que se
caracteriza por su componente sangriento y es mal vista por los luchadores
tradicionales. En 2008 fue consagrado como campeón extremo GNX frente al Coyote
y conformó una dupla exitosa con su compañero Cavernícola de la que todavía hay
rastros en algunos videos de YouTube.
Pocos días antes del
atentado al Casino Royale en el que presuntamente participó, Voltaje todavía
protagonizó algunas luchas en la Arena Moctezuma, después de esconderse durante
unas semanas en Saltillo, Coahuila, según contó a sus amigos. Su carrera
luchística iba en pleno ascenso después de una pequeña etapa en la luche libre
extrema, cuando fue truncada por la tragedia del 25 de agosto en la que de
acuerdo con los medios, participó como vigilante del evento al lado de
Francisco N, alias El Quemado y Baltazar N El Mataperros.
Durante varios años,
según sus propios decires, Voltaje entrenó cinco días a la semana, tres horas
diarias, para poder emular a su mentor Karonte y enorgullecer a sus hijos. Pero
le tocó una época de gran cambio en el mundo de la Lucha Libre, recuerda Genaro
Saúl Reyes. A pesar de que durante los 90 llegó a haber un número de arenas
equiparables a las de México en la ciudad de Monterrey, con funciones
abarrotadas de hasta 15 mil personas en la Coliseo o la Solidaridad por
ejemplo, recientemente decayó considerablemente el género luchístico y el
número de asistentes en cada función. Uno de los factores principales para ello
fue la pérdida de su credibilidad histórica, cuando la televisión decidió usar
al pancracio como un show más, presentando a cantantes famosas de réferis y
organizando peleas entre luchadores y amateurs de todo tipo. ¿Cuándo has visto
al equipo de Rayados jugar un partido profesional contra los conductores de
Televisa?, reclama el experto el lucha libre. Sentado en un café del centro de
la ciudad, su semblante apacible se altera ligeramente cuando toca el tema, en
medio de dos sorbos de café. Arquea una ceja, hace una mueca y prosigue:
después de unos años de descredibilizar el género luchístico y tras el despido
de una de las promotoras históricas del género por parte de la televisora
Multimedios, los medios se dieron cuenta de que sus esfuerzos no habían logrado
los resultados esperados y decidieron dejar a su suerte la lucha libre,
mientras le apostaban al futbol en plena expansión en el norte.
La violencia,
evidentemente fue otro factor que desestabilizó fuertemente al deporte, el
cierre de muchos foros debido en ocasiones al cobro de piso, pero sobre todo a
la falta de personas que se atrevieran a salir a la calle fue el acabose de un
espectáculo histórico de la ciudad. Cuando en una entrevista para Univisión le
preguntaron a Voltaje si dejaría que sus hijos se volvieran luchadores,
advirtió: “si ellos lo deciden, claro, pero primero que me entreguen un título
universitario”. En el mundo de la lucha libre, la pasión muchas veces se
transmite a través de la familia.
III
El 25 de Agosto de
2011, alrededor de las cuatro de la tarde, cuatro vehículos arribaron a las
instalaciones del Casino Royale ubicado en la avenida San Jerónimo 205, en
Monterrey. Viajaban por lo menos diez sujetos armados. Un grupo de ellos,
después de penetrar en el recinto y gritar consignas para que saliera la gente,
comenzó a rociar el interior del casino con gasolina antes de prenderle fuego.
En las cámaras de vigilancia que filmaron la escena se alcanza a apreciar que
los agresores bajaron de sus camionetas grises, negras y blancas con franjas a
las 15:50 horas, mientras que una parte del grupo se quedó para bloquear la
circulación en el carril de baja velocidad de la avenida, en la esquina con
Gonzalitos. De acuerdo con fuentes del gobierno de Nuevo León, el administrador
del negocio dijo que el grupo delictivo exigía un pago semanal de 130 mil pesos
para poder operar. A pesar de que algunas de las más de 100 personas que se
encontraban en el casino alcanzaron a salir por la entrada, por las puertas
laterales o por medio de cuerdas, 52 personas fallecieron en el incidente, de
acuerdo con el expediente CNDH/1/2011/7340/Q de la Comisión Nacional de los
Derechos Humanos (CNDH). Once más quedaron lesionadas de gravedad. Según una
investigación del periódico Excélsior, el establecimiento estaba registrado
ante el municipio de Monterrey con el nombre de las empresas Atracciones y
Emociones Vallarta SA de CV y CYMSA Corporation SA de CV, cuyo representante
legal es Enrique Hernández Navarro. Los registros del ayuntamiento de Monterrey
indican por su parte que el consejo de la empresa lo conforman los empresarios
Rodrigo Madero Covarrubias, así como los hermanos José Francisco y Ramón
Agustín Madero Dávila. Quienes, según la misma investigación de Excélsior, son
primos hermanos del ex presidente municipal de Monterrey Adalberto Madero
Quiroga, quien fungió como alcalde de 2006 a 2009 y permitió la operación de
dicho establecimiento. El permiso para operar el casino fue otorgado en 1992
por Fernando Gutiérrez Barrios a Rodrigo Aguirre Vizzuet. Aunque ahora se sabe
que el dueño del Casino Royale es Raúl Rocha Cantú. Pero en el momento del
ataque, la confusión fue total durante varios días. No fue la primera vez que
los casinos de Nuevo León eran puestos en tela de juicio por su opacidad y su
relación con los políticos de la ciudad, pero el incendio del Royale fue el
océano que desbordó el vaso.
No era la primera
vez que gente inocente sufría la barbarie de la guerra entre cárteles, pero la
defunción masiva de 52 personas en un mismo incidente conmocionó
particularmente a la sociedad regia. Los noticieros se congelaron en una misma
imagen durante varios días y la ciudad en- tera se quedó a la expectativa de
conocer lo que había sucedido en una de las mayores tragedias de la historia
moderna de Monterrey. Entre rumores e informaciones oficiales, cada quien se
informó como pudo sobre la identidad de los fallecidos, en medio de la infinita
espera del que sabe que los muertos pudieron haber sido familiares, amigos,
vecinos o simplemente conocidos. El Casino Royale no sólo afectó a los regios
directamente relacionados con lacatástrofe, sino que impactó directamente en el
corazón de la sociedad regiomontana.
La confusión fue tal
que la CNDH decidió emitir un informe en el que reclamaba a la titular de la
Comisión Estatal de Derechos Humanos, Minerva Evodio Martínez Garza, su falta
de cooperación e incluso su obstrucción a la investigación realizada por unos
inspectores del organismo nacional. Al poco tiempo empezaron a caer demandas e
investigaciones en contra de la mayoría de las personas relacionadas con el
casino. Hasta el momento, pocos han sido directamente inculpados. José Alberto
Loera, por su parte, fue acusado de haber participado en la vigilancia del
operativo. Cuando relató la captura de algunos de los integrantes del comando
que participó en la quema del Casino Royale, el jefe de la División de
Seguridad Regional de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, Luis Cárdenas
Palomino, justificó la ausencia de José Loera Rodríguez en las imágenes
captadas por las cámaras de seguridad del lugar de la siguiente forma: “no
aparece en las imágenes porque él precisamente era el encargado de dar la
seguridad perimetral al operativo de la quema del casino.
Sin embargo, por las
declaraciones de los ya inculpados tenemos referencia de que él participó dando
la seguridad perimetral”. Como siempre, al segundo aniversario del evento, un
halo de opacidad sigue rodeando este caso judicial paradigmático para la
sociedad regiomontana que en estas fechas luctuosas, lejos de organizarse para
exigir justicia por la masacre, organizó un evento en el que 45 mil personas
rompieron el récord de la carne asada más grande del mundo.
IV
“Voltaje fue un buen
hombre, pero como muchos jóvenes se fue por el camino fácil en la vida. Yo lo
conocía, fui padrino de uno de sus hijos”, sentencia el luchador profesional
Karonte, sentado en su casa de la colonia Nogales, cerca del penal del Topo
Chico en Monterrey. Como en muchos de los barrios alejados del centro, hay que
conocer la zona aledaña para poder llegar al hogar de Karonte. Las calles son
estrechas a estas alturas de la ciudad y se reconocen según su cercanía o
lejanía con la cárcel local, o de acuerdo con las bifurcaciones que se deben
tomar en las distintas ferreterías de la colonia. “Yo nunca fui profesor de
Voltaje, para qué te miento, aunque él diga que sí, pero fuimos y somos amigos.
Incluso él me llegó a pedir el nombre de Karonte, aunque no se lo pude ceder
porque casi no lo conocía cuando me lo solicitó. Con trabajo se lo dejé a mi
hija: La hija de Karonte. Al principio tampoco quería que ella fuera luchadora,
pero después de un rato me tuve que hacer a la idea de que eso iba en serio”,
admite, resignado. En el mundo de la lucha libre, el machismo sigue siendo un
lugar común incluso entre los más sabios de los peleadores.
En la entrada de la
casa, el perro Pulgas acoge a los visitantes con la ferocidad de una mascota
doméstica, mientras que otro perro ciego resguarda el fondo del patio de la
casa, detrás de la pequeña entrada enrejada que no cierra bien. Parece que la
seguridad de cada quien es una cuestión de actitud en la colonia. En la sala
principal, la decoración es peculiar: fotos de Karonte en sus luchas
victoriosas y varias imágenes dibujadas o grabadas del “profesor” en sus peleas
tapizan los muros principales. En un cuadro el luchador posa en posición felina
ataviado de negro, con su tradicional máscara. A su lado se puede apreciar una
fotografía de La hija de Karonte y otra de su primogénita en su fiesta de 15
años. Toda la vida ha vivido con la misma pareja con la que tuvo tres hijas, de
las que está particularmente orgulloso. En medio de la pequeña pieza, tres
sofás y una mesa sirven de espacio para las confidencias. A pesar –o quizá por
qué- la casa es un homenaje a la lucha libre, el espacio es caliente, con sabor
a hogar.
Karonte es de esos
viejos luchadores que crecieron en otros tiempos, en un sistema en el que los
gladiadores tenían que hacer sus pruebas frente a competidores de su propio
nivel antes de poder acceder a un combate de más prestigio, con tiempo y
dedicación. Es de esa raza educada para ser paciente y esperar que llegue su
turno de ser un luchador estelar, antes de ser reconocido. Pero según admite él
mismo, esa es una de las virtudes que ha ido desapareciendo en la lucha libre
moderna. Ahora que, como en el resto del mundo, en casi todas las ramas de la
sociedad, la juventud se impacienta y encuentra otras formas de superarse y
crecer a toda velocidad, sin respetar las reglas del género. “Creo que eso fue
lo que le pasó a Voltaje -admite en un suspiro-. Nació en un mundo que gira
demasiado rápido. Agarró el camino fácil“ repite.
“A mí siempre me
negó que anduviera metido en cosas malas”, explica el hombre que a los 52 años
sigue protagonizando luchas estelares. “Pero sí nos fuimos viendo cada vez
menos, porque la verdad, ya suponíamos lo que sucedía con él. El mundo de la
lucha es chiquito y los rumores correr rápido”. La musculatura de Karonte sigue
siendo imponente a su edad y su semblante chato, moreno y aplastado, se
ensombrece cuando se toca el tema. “Yo lo sigo estimando, pero el peligro era
que le fuese a pasar algo al salir de una lucha por ejemplo, y le toque a la
familia de uno. Varias veces peleamos el uno contra el otro y la verdad es que
era buen luchador, aunque claro, cuando hay una relación de respeto entre dos
personas, las batallas son muy diferentes, porque te agarran confianza y se
sueltan”, repite. “Pero yo fui de los pocos que lo fui a ver en el penal la
primera vez que lo capturaron, y nos seguimos viendo. ¿Qué te voy a decir? Es
mi compadre, aunque creo que escogió el mal camino, como se lo dije en varias
ocasiones. Ese chico daba para mucho”… Aparentemente, es una sentencia común en
el mundo luchístico, la idea de que con tiempo y dedicación, Voltaje Negro
habría podido ser un gran luchador.
V
En 2010, José
Alberto Loera Rodríguez se integró a la Policía Estatal, de acuerdo con los
agencias periodísticas que registraron el caso, pero “fue detenido por
militares el 28 de marzo de ese mismo año, cuando en la patrulla estatal 549,
junto a los policías Pedro Alfonso Valle Ruiz y José Alberto García Ornelas,
intentó rescatar a un narcotraficante que era llevado de San Pedro a la
delegación de la Procuraduría General de la República (PGR) en Escobedo”. “Al
ex elemento estatal se le hallaron 12 envoltorios con cocaína, un Nextel y una
pañoleta con la que se cubrió el rostro al enfrentar a los soldados, pero en el
Tribunal Unitario se le modificó el delito de narcomenudeo al de simple
posesión, con lo que obtuvo la libertad bajo fianza”, se puede leer en unas
notas publicadas en los periódicos locales de ese año. Al poco tiempo se le
empezó a ver acompañado de guardaespaldas en las arenas de barrio, armado en
ocasiones –en la Solidaridad-, presumiendo que había escalado posiciones en la
jerarquía de los Zetas. La primera vez que lo arrestaron y pisó el penal de
Apodaca, fue la segunda caída del que pudo ser un luchador estrella.
El caso de Voltaje
Negro no es único en el mundo de la lucha libre, ni de los deportes en general.
De hecho, Camilo Gurrola, conocido como Estrella Dorada Jr.–quien fuera pareja
de pelea de Voltaje Negro- fue capturado, acusado de secuestro y presentado
ante los medios de comunicación el 11 de enero de 2012, de acuerdo con la
Agencia Estatal de Investigaciones (AEI) de Nuevo León. A sus 26 años, lo
acusaron de participar con algunos cómplices en el rapto del empleado de un
casino de Monterrey a principios de 2011, pero siempre negó los cargos que se
le imputaron. De hecho, aunque ha sido imposible conseguir el expediente
judicial o la sentencia del proceso de José Loera Rodríguez por la vía legal,
una especialista en procesos judiciales del estado aceptó revelar bajo cubierto
de anonimato que Voltaje Negro no fue procesado por el caso del Casino Royale,
sino por un secuestro que podría ser el mismo que involucró a Estrella Dorada
Jr. Ante la falta de transparencia de las autoridades, la información obtenida
de esta forma debe tomarse con mucha precaución. Poco antes, la captura del
futbolista Omar El Gato Ortiz había salpicado también las páginas de la prensa
y de la buena consciencia deportiva regia.
“Voltaje pasó de
pelear en harapos y venir con un neón viejito y descarapelado, a luchar vestido
con un traje profesional que emulaba al de Karonte y arribar a las arenas en
camionetas grandes”, recuerda el cronista Andrés Pérez Sustaita. Mucha gente,
entre otros la esposa de su mentor Karonte, le reprocharon durante años no
venir vestido más formal a las luchas porque daba una mala imagen de sí mismo,
recuerda, pero la última vez que lo vio, iba arropado con ropa fina y un
sombrero como de Agustín Lara. Se lo dijo y se rio. Para ese entonces, ya poca
gente hablaba con él porque lo miraban con desconfianza. Unos años antes había
fallecido su compañero de lucha El Marrullero en una situación extraña y el
ambiente se tornó tenso en el mundo de la lucha libre.
Después de que unos
delincuentes entraran a su casa, éste salió a perseguir sus agresores y fue
ultimado durante la persecución, relata el promotor de Guadalupe Guillermo
Gómez. El asesinato de su amigo Guillermo Pérez fue la tercera caída para
Voltaje Negro. Aunque, explica Memo Gómez, habían tenido una advertencia
previa. Precedentemente habían entrado unos hombres armados a los vestidores de
una arena que no revelará su nombre, para exigirle 150 mil pesos al Marullero,
por lo que se presume que fueron los mismos sujetos que lo asesinaron. Así que
cuando comenzaron a escucharse rumores sobre la vida personal de Voltaje Negro,
la gente se empezó a alejar de él. Pero Voltaje Negro nunca dejó el mundo de la
lucha libre.
VI
El 6 de abril de
2008 volvió a girar el destino de José Loera Rodríguez, cuando contrariamente a
las reglas del deporte, se quitó su nueva máscara antes de llegar a los
vestidores, frente a numerosos asistentes, provocando una fuerte discusión con
su promotor del momento, Rodolfo Flores. Unas semanas antes del incidente el
manager de la Arena Azteca lo había invitado a dejar de lado su trabajo como
Voltaje Negro y convertirse en la figura de Príncipe de Plata, para remplazar
al binomio del Príncipe de oro, que por razones médicas tuvo que desistir de su
figura luchística. A pesar del conocido carácter volátil del luchador, su
talento profesional convenció a Rodolfo Flores de proponerle la figura
enmascarada, pero el cambio fue demasiado drástico. No sólo le pedían que
cambiara su voz y su forma de caminar, sino que transformara su estilo rudo,
derivado de la lucha libre extrema, a uno técnico y depurado. Así que después
del evento al que asistieron más de 2 mil espectadores, en el que los Príncipes
de Oro y Plata y el Ángel Dorado empataron con el Rey Guerrero y los Príncipes
Guerrero I y II a pesar de un gran lance triple central, Voltaje explotó y se
quitó la máscara frente a la gente que se encontraba presente a un lado del
ring, para la mayor furia de su entonces promotor. Voltaje se fue alejando cada
vez más del mundo de la lucha libre, disminuyendo nuevamente sus posibilidades
de vivir de un deporte que a pesar de su importancia en la historia mexicana,
rara vez alimenta a su gente, a menos que se vuelva una estrella reconocida
como el Místico.
Para muchos
luchadores, explica Genaro Saúl Reyes, es el amor al arte lo que prevalece,
porque casi todos tienen un trabajo aparte, y hay de todo: algunos son
pepenadores, otros contadores, abogados, policías, delincuentes y soldadores.
Vaya, hasta empresarios millonarios hay en la lucha, pero normalmente, eso ya
no importa arriba del ring. Aunque las malas lenguas dicen que desde que fue
reconocido como comandante de la delincuencia organizada, Voltaje comenzó a
ganar más batallas que antes. Pero lo cierto es que la sociedad regiomontana y
la lucha libre en particular son lugares difíciles para la gente que no nació
con una cuchara de oro entre los dientes. Hace muchos años, el polemista
francés Erick Zemmour advirtió en una de sus diatribas televisivas cotidianas
que era preciso no confundir la causa con la razón de la delincuencia. Sin
justificar a los delincuentes y abogando por fuertes penas carcelarias, aclaró
que cuando la violencia rebasa a la capacidad de respuesta del estado, es la
entera sociedad la que se debe poner en tela de juicio. Una idea que bien se
podría importar a México en estos tiempos en donde la realidad cotidiana rebasa
la ficción en la vida del país.
El penúltimo giro de
la vida profesional de Voltaje tuvo que ver con la mujer con la que se casó
poco tiempo antes de ser capturado, en el kilómetro 250 de la carretera
nacional México-Laredo, en el tramo Allende-Monterrey, a la altura de Los
Cristales. En su arresto, los elementos de seguridad del estado decomisaron 15
armas largas, dos lanzagranadas, 192 cargadores, 2 mil 400 cartuchos, dos
granadas de fragmentación, 57 dosis de cocaína en piedra, además de dos
vehículos y aparatos de comunicación. Pero el 22 de Mayo de 2011, después de
una épica lucha en la que no solo venció, sino rapó al Rey Infernal, -que le
llevaba casi diez centímetros e altura y diez kilos de músculo- Voltaje Negro
tenía otras preocupaciones que las de la violencia cotidiana. Según los
testigos del evento, cogió el micrófono de la arena y le declaró su amor a una
bella rubia que se volvería su mujer. Ese día, frente a todos, empapado en
sudor por la lucha que acaba de ganar, le propuso matrimonio. “Así era Voltaje,
le gustaba hacer las cosas en grande -recuerda entre risas Karonte- le gustaba
llamar la atención”. En ese entonces, el público estaba a sus pies. Habría
podido volverse un ídolo con el tiempo.
VII
Hay lugares en los
que el tiempo se fija y a los que no afecta el compás de la historia de la
misma forma que al resto del mundo. La Arena Jaguar, enclavada en la colonia
San Bernabé, más allá de donde termina la línea del metro local, es uno de esos
sitios. Es también el escenario en el que hizo su debut profesional Voltaje
Negro y aprendió sus primeras maromas, de la mano del luchador y promotor Golden
Boy. “Era un gran gladiador,- explica el hijo del fundador de la arena- como
varios otros que tuvimos y tenemos acá, y habría podido llegar lejos, pero
escogió el mal camino en la vida. Aquí se suele decir que en la Arena Jaguar se
vale todo, pero hay reglas importantes y una de las principales es el respeto
al luchador y sobre todo, al público”, añade, al tiempo en que pone una música
de fondo para permitir el inicio del segundo round en la pelea estelar de la
noche que enfrenta al villano Flamer contra El Coyote. La lucha libre es quizá
el deporte en el que el público juega el papel más protagonista y del que
depende completamente el resultado de la pelea.
En la entrada de la
arena, un gran letrero en el que posa el Último Guerrero –traído en una ocasión
desde México- con la playera del Men ́s Club que patrocina al lugar, acoge a
los visitantes que llegaron a ver la noche de peleas. En la parte delantera del
muro de concreto que rodea a la arena, -saturado de anuncios de combates
pintados y de luchadores dibujados a mano- se encuentra una pequeña grieta en
la que se pagan los 60 pesos de acceso. Detrás de la gran placa de madera que
separa al recinto de la calle, empieza otro mundo. En un espacio de no más de
50 metros cuadrados se amontonan sillas y gradas improvisadas que fueron
mejoradas con los años, alrededor de un ring en el que se desafían los
concursantes. A la derecha de la entrada está una cabaña de madera en la que se
venden agua, cerveza, chicharrones y tostitos, que no ha cambiado de lugar desde
el año 2000, en el que se inauguró el recinto e hizo sus primeros pasos Voltaje
Negro. Un exótico –como se conoce a los luchadores homosexuales- alienta al
público y amenaza con besar a su oponente –un hombre rudo, conocido como El
Buitre-, mientras que su compañero pelea entre las primeras hileras de sillas
de plástico con el tándem del Buitre. Lo agarra del cabello y lo avienta entre
la gente que se levanta rápidamente para evitar el impacto y entre risas
insulta al luchador. “Chinga tu madre, pinche marrano, ponte a pelear”, le
grita una señora voluminosa que carga a un niño en sus piernas. Entre las filas
pasa un vendedor de comida chatarra y de máscaras, también se pasea un perrito
callejero. Sobre una grada, una anciana presencia el espectáculo cigarrón en
mano y una botella de agua. Detrás de ella, dos jóvenes adultos chelean y
participan en el alboroto general. Los olores de comida, cerveza y polvo se
mezclan con los sonidos del lugar. Además de las músicas de fondo y los gritos
de los luchadores y del público, persiste una suerte de bullicio general, como
un pequeño ritmo permanente en el trasfondo de la arena. A un lado del ring se
ve una serie de micro cabañas de madera que se ladean peligrosamente, en la que
se cambian los luchadores y donde vive la familia Valdez una vez que se
terminan las peleas. Como cada domingo, la arena está a medio cupo, lo que es
de por sí un gran logro para estos lugares pequeños que han sido los que más
han sufrido el azote de la violencia y la deserción de la vida de barrio en la
ciudad. Pero aquí, explica Golden Boy, todos son como una especie de familia.
Los miembros del
staff y de seguridad son amigos y familiares de los encargados del lugar. Los
propios luchadores son- casi siempre- alumnos de los Valdez, entre los que
destaca un joven conocido como Pedro Navajas que tiene la fama de ser
particularmente atrevido y lanzarse en ocasiones desde el muro o las cabañas
sobre sus oponentes, al más puro estilo de la lucha libre extrema de la que
también es aficionado. Su cualidad y valentía, a pesar de su pequeño tamaño y
las heridas en su espalda y sus brazos, recuerdan a las de un luchador que en
alguna ocasión fue un ídolo y de pronto, desapareció del mundo de la lucha
libre. Porque a pesar de lo que podría parecer con el ambiente en el que fluyen
gritos risas y alcohol, donde también pelean con sillas y en ocasiones sangran
los protagonistas, la lucha no es un espacio dedicado a la violencia, sino al
espectáculo y al deporte. “Es al contrario, una forma de catarsis”, explica el
reconocido fotógrafo y réferi Orlando Jiménez, desde su estudio de la Ciudad de
México.
A lo sumo son
algunos borrachitos los que hay que correr de la arena por peleoneros y aun
así, generalmente intervienen los propios luchadores para que no pase a mayores
las pocas situaciones descontroladas del evento. Antes del final de la noche se
reúnen todos los contendientes del evento en el centro del cuadrilátero para
rendir un homenaje sostenido al recientemente fallecido guerrero Bello David,
para quien se organizó una función de gala en la que los gladiadores pelearon
gratuitamente y así poder costear el entierro de un hombre que dedicó su vida a
un arte que no alimenta a su gente. Poco tiempo antes se hizo lo mismo con el
reconocido Héctor Garza, que fue uno de los famosos Perros del Mal.
VIII
La vibración de las
ondas que se expanden sobre el suelo de una arena es prácticamente
imperceptible para el ojo humano. Sin embargo, de la elasticidad y resistencia
de la lona dependen en gran parte el bienestar y la espectacularidad de la
caída de un luchador, después de una maroma particularmente acrobática. Los
remolinos que se producen en forma concéntrica alrededor del punto de impacto
son en fin de cuentas el resultado de una buena o mala lucha por igual,
imperceptiblemente diferentes de acuerdo con la manera en que se origine el
choque que los provocaron. De acuerdo con el vuelo que agarre, el ángulo en el
que se proyecte, el peso del luchador y la posición de su adversario en el
suelo dependerá la espectacularidad del vuelo, pero la vibración de las ondas
en el suelo será aparentemente similar, aunque vista de cerca, milimétricamente
diferente en todo punto y sobre todo, irrepetible.
Voltaje Negro, el
luchador, estuvo durante muchos años en pase de devenir ídolo en su barrio y en
el pequeño mundo de la lucha libre regia, mientras que José Alberto Loera
Rodríguez, el hombre, pasó a ser reconocido como un villano en la historia
oficial de Monterrey, en otro proceso plagado de irregularidades, como los que inundan
las salas de los tribunales de todo el país. A José Loera le tocó vivir en la
época turbulenta de una ciudad que vibró al ritmo de las balas durante más de
un lustro, mientras que Voltaje creció en un mundo de valores de respeto y
paciencia. Al segundo lo alcanzó la realidad de un mundo que gira demasiado
rápido, en el que ya no otros criterios de éxito que el del alcance de la
cartera o del cuerno de chivo. Pero aunque fueron una sola y misma persona, los
destinos encrucijados de los dos se desbalancearon imperceptiblemente después
de una década de convivencia, el 25 de agosto de 2011.
Tras una larga serie
de saltos y caídas anunciadas, dignas de cualquier tragedia griega clásica,
José Alberto Loera Rodríguez agarró su último vuelo como hombre libre y se
lanzó sobre la lona estrepitosamente, provocando una ínfima e irrepetible
vibración para el resto del mundo, que le recordó a él –porque esta es sentida
únicamente por los gladiadores al momento del contacto-, el verdadero impacto
de las ondas al chocar.
(DOSSIER
POLÍTICO/ Diego Legrand / El barrio antiguo/ 2013-08-25)