Patricia Lee
MéXICO,
D.F. (apro).- “Murió el diablo”, y la noticia corrió como pólvora entre
los zek, la abreviación con la que se nombraba a los prisioneros
políticos, en el Gorlag, el campo de trabajos forzados encargado de la
construcción de Norilsk, la ciudad más nórdica del mundo. Era la noche
del 5 de marzo de 1953, cuando la información sobre la muerte del tirano
Josef Stalin provocó un festejo sigiloso en las barracas, aunque no
faltó alguno que improvisara una lezguinka, baile folclórico de Georgia.
Pero
lo que hasta hace poco era prácticamente desconocido, es que dos meses
después, el 25 de mayo, se iniciaba el levantamiento de los 20 mil
prisioneros del Gorlag de Norilsk, que duró 69 días y que marcó el
principio del fin del Archipiélago Gulag, ese siniestro universo de
campos de trabajos forzados descrito por Aleksandr Solzhenitsin, por
donde pasaron casi veinte millones de soviéticos.
Con su acción,
los zek de Norilsk marcaron, hace 60 años, el inicio de deshielo y de la
liberalización del régimen soviético. Ese cambio político no fue obra
de Nikita Jrushov, el ruidoso secretario general del Partido Comunista
de la Unión Soviética que en 1956 denunció el culto a la personalidad de
Stalin, sino de los cientos de héroes anónimos que desafiaron al
régimen en la tundra del congelamiento eterno.
Los prisioneros
hicieron banderas negras con una raya roja horizontal y las colgaron de
las ventanas de las barracas, al grito de “libertad o muerte”. Se
organizaron independientemente, tomaron sus decisiones democráticamente,
enfrentaron la represión de la NKVD (Comisariado de Asuntos Internos) y
de la KGB. Fueron brutalmente reprimidos, pero su lucha triunfó.
De Berlín a Siberia
Lev
Aleksandrovich Neto estuvo allí. Sus padres eran fervientes comunistas.
La madre le puso Lev en honor a su héroe, León Trotsky, con quien ella
había trabajado. En 1943, el joven de 18 años fue llamado a filas y fue
enviado en paracaídas a los bosques bálticos para luchar contra los
alemanes, hasta que cayó prisionero.
A sus 87 años de edad, Lev
relató su historia a Apro desde Moscú. “Tenía veinte años cuando terminó
la Segunda Guerra Mundial. Yo estaba en Alemania, a donde llegué, como
decíamos nosotros ‘por la patria y por Stalin’.
Estuve dos meses en un
campo del ejército de Estados Unidos, hasta que me liberaron. Podía ir
al lugar del mundo que quisiera pero decidí volver a mi patria, y ni
siquiera alcancé a llegar a Moscú. Por el camino me arrestaron y me
acusaron de espionaje, por haber vuelto voluntariamente, lo cual era
‘sospechoso’.
Me torturaron, me acusaron de traidor y, en 1948, una
troika militar me condenó a 25 años en un campo de trabajos forzados.
Llegué a Norilsk un año después, en 1949, para trabajar en la
construcción de la ciudad, con temperaturas de 50 grados bajo cero y el
piso eternamente congelado”, recuerda.
El archipiélago Gulag
(abreviatura de Glávnoie upravlenie ispravítelno-trudovyjlageréi,
Dirección General de Campos de Trabajo), fue el sistema carcelario
impulsado por Stalin, basado en el uso de los prisioneros como mano de
obra para construir rutas, vías férreas, hidroeléctricas, minas,
fábricas y ciudades, por el cual pasaron millones de soviéticos entre
1929 y 1953.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la llegada a
los campos de prisioneros que fueron soldados, o que venían de otros
países, cambió la atmósfera que se vivía.
“Muchos de ellos estuvieron en
la guerra, en las organizaciones guerrilleras que combatían a los
nazis, o en los movimientos nacionalistas del Báltico y de Ucrania
Occidental”, escribió Alexei Tarasov en Novaya Gazeta del 20 de febrero
pasado.
El campo era la Torre de Babel, con 68 nacionalidades:
chechenos, griegos, tártaros de Crimea, alemanes del Volga, japoneses,
prisioneros chinos, húngaros, polacos, checoslovacos, yugoslavos,
franceses.
Nikokai Formozov, un biólogo de profesión que se dedicó
a la historia del Gulag, comentó a Apro desde Moscú que, “unos meses
antes, llegó a Norilsk un grupo de mill 200 prisioneros de Kazajstán,
que eran la base de la resistencia al Gulag. La dirección quería
castigarlos enviándolos a Norilsk, pero el resultado fue propagar el
‘virus de la rebelión’, según la expresión de Solzhenitsin”.
“En
1953, cuando murió Stalin, pensamos que este régimen inhumano había
terminado”, continúa su relato Lev Aleksandrovich. “Empezamos a pensar
que podíamos volver a nuestros hogares, pero la amnistía del 27 de marzo
concedida tras su muerte fue sólo para los prisioneros comunes y no
para los políticos (en Norilsk únicamente había 63 presos comunes y 20
mil 82 políticos). Por el contrario, la represión se agudizó y esto fue
lo que llevó al estallido”, prosigue.
A los prisioneros sólo les
permitían recibir una carta por año, las ventanas tenían rejas, el baño
era en la calle con temperaturas de hasta cincuenta grados bajo cero, no
había jabón, tenían los números cosidos o pintados en la ropa,
trabajaban la tierra congelada con picas y palas, en la noche casi
eterna del Ártico, y si alguno se retrasaba o daba el más mínimo motivo,
era fusilado en el acto como “intento de fuga”.
La república de los zeks
“El 25 de mayo me encontraba trabajando cuando sonó la sirena antes de
terminar el turno y todos dejamos de trabajar, porque en otra de las
divisiones un guardia había matado a un prisionero. Recuerdo a Yevgueni
Gritsak, un ucraniano, que fue uno de los primeros en ponerse al frente.
Como él, empezaron a surgir otros en las distintas divisiones, que
inflamaron el corazón de los demás con sus llamados y asumieron la
responsabilidad de conducir este masivo enfrentamiento al poder”, relata
Lev Aleksandrovich.
La huelga se fue extendiendo por todas las
divisiones del Gorlag. Al saber que les rebajaron a los huelguistas la
ración de comida a la mitad, las mujeres de la sexta división declararon
la huelga de hambre. El 4 de junio, un guardia disparó matando cuatro
prisioneros. La reacción de los huelguistas fue tan fuerte que la
administración del campo se tuvo que ir, dejando el control completo de
las instalaciones en manos de los prisioneros.
Lo sobresaliente de
la huelga fue la organización democrática. En cada una de las seis
divisiones del Gorlag, cada una de 3 mil 500 a 6 mil personas, se
eligieron organismos formados por representantes de los grupos
nacionales y de las distintas regiones, de las brigadas y barracas, que
tomaban las decisiones y distribuían la información y las órdenes.
Los
órganos de autogobierno decidían todo: seguridad, defensa, organizaban
patrullas, adelantaban negociaciones con la administración del Gorlag,
hacían arreglos en las barracas, trabajos de limpieza, sostenían el
trabajo en los talleres de arreglo de calzado y en otros necesarios para
el sostenimiento de los huelguistas. En las barracas se hacían
competencias deportivas, realizaban conciertos y se presentaban obras de
teatro prohibidas.
“Los de Karaganda fueron la base de la
conducción de la huelga. Mataron a los informantes y a los presos
comunes que colaboraban con la administración aterrorizando a los
prisioneros políticos”, recuerda Formozov.
Los huelguistas se
dirigieron a los que estaban del otro lado del alambre de púas y a los
soldados con volantes. “Soldados, no permitan derramar la sangre de sus
hermanos. Viva la paz, la democracia y la amistad de los pueblos”,
escribían. Los volantes se repartían usando una cometa en forma de
culebra: enrollaban las hojas y las ataban con hilo, al final del cual
colocaban una larga mecha a la que prendían fuego, haciendo volar la
cometa, y dejando que el viento repartiera los volantes.
Los
comités elaboraron un listado de exigencias que iban desde lo mínimo
–permiso de recibir correspondencia, eliminar las rejas y los números de
los trajes, enviar a casa a los inválidos, las mujeres, los viejos y
los enfermos– hasta las más generales: condena a los culpables de la
represión y asesinato de prisioneros, cambiar la dirección del Gorlag,
exigir la revisión de los casos de los prisioneros políticos, amnistía,
rehabilitación y la terminación de los juicios cerrados.
El 6 de
junio de 1953llegó de Moscú una comisión que se reunió con el comité de
huelga y concedió algunas de las reivindicaciones, gracias a lo cual la
huelga se suspendió por unos días, pero se reinició porque se detuvo aun
grupo de prisioneros, a pesar de que la comisión había prometido que no
habría represalias. La huelga se prolongó hasta el 4 de agosto, cuando
la represión por fin logró dominar a los rebeldes. Según datos del
viceprocurador de Norilsk, que investigó los hechos, murieron cerca de
100 prisioneros y 200 fueron heridos. Según otros testimonios, las
cifras fueron de 200 y 400 respectivamente.
La huelga fue
derrotada pero triunfó. Todas las demandas económicas fueron
satisfechas, les empezaron a pagar un sueldo, se limitó la jornada
laboral a nueve horas, apareció el pan, sacaron las rejas, les quitaron
los números de la ropa, les permitieron recibir correspondencia, y poco a
poco empezaron a liberar a todos los prisioneros, a revisar los juicios
y acortar las sentencias.
La mayoría de los activistas fue
enviada a otros campos y prisiones, pero la situación ya había cambiado.
“A mí me enviaron al campo ‘Esperanza’. La nueva zona se convirtió en
una república democrática producto del levantamiento. Ahora ya teníamos
un día de trabajo normal, el viento de las libertades que se avecinaban
hacía nuestras caras más felices, los ucranianos cantaban sus canciones
soñando con volver a casa, podíamos dedicarnos a actividades artísticas
sin control de la administración del Gulag, hacíamos espectáculos, hasta
acrobacias de circo”, relata Lev Aleksandrovich.
En junio de ese
año, mientras se sucedía la huelga, estallaba una insurrección en
Berlín, y ese mismo mes, Lavrenti Pavlovich Beria, el sanguinario jefe
del MVD (Ministerio del Interior) y mandamás del Gulag, fue arrestado
para luego ser juzgado y fusilado por órdenes de los demás miembros del
Politburó que sobrevivieron a Stalin, primer claro signo de los cambios
que se avecinaban.
El 19 de julio se inició la huelga de los 18
mil prisioneros del Gulag de Vorkuta y en mayo de 1954 tuvo lugar la
huelga del Gulag de Kenguir. En 1954, el Gorlag fue liquidado, como en
la práctica todo el sistema del Gulag y Norilsk, declarada ciudad el 15
de julio de 1953, fue transferida a la administración civil.
Los que cambiaron la historia
En
1956 se realizó el XX Congreso del Partido Comunista en el cual
Jruschev desnudó los crímenes de Stalin. Pero los protagonistas de ese
gran cambio político fueron otros. Para A. Bailo, uno de los activistas
de la huelga de Norilsk citado por Tarasov en Novaya Gazeta, “el régimen
transmite la versión de que los cambios políticos fueron resultado de
decisiones emanadas del Kremlin; el padre del “deshielo” y del desmonte
del Gulag habría sido Nikita Jrushev, y no los miles de prisioneros del
Gorlag, no los Yevgueni Gritsak y los Boris Shamaev. Pero fue el
levantamiento del Gorlag el que obligó al Kremlin a desmontar el régimen
de terror. En 1953, el pueblo decidió la historia”.
En la
conferencia internacional de los sobrevivientes de Norilsk realizada
hace una década, cuando se cumplieron 50 años de la huelga, los
participantes escribieron en su declaración final: “La suerte de nuestro
país no fue un juguete en manos de los líderes, la lenta liberación de
las garras del totalitarismo no fue un regalo de los generosos
dirigentes. Nuestra huelga, así como otras acciones en los campos,
quebró la base del régimen comunista: el gigantesco imperio del Gulag.
Fue el pueblo quien empezó la reforma, empujando desde atrás a los
reformistas”.
“Tenemos derecho a saber la verdad, no sólo sobre el
terror, sino sobre la resistencia, saber cuántas huelgas hubo, cuántos
valientes hijos e hijas de nuestra patria cayeron resistiendo con
heroísmo. Sabemos la enorme importancia que tienen las heroicas batallas
en la conciencia nacional de los pueblos, como el levantamiento del
gueto de Varsovia en 1943. La memoria del levantamiento de los
prisioneros del Gulag será un ejemplo de tenacidad y de amor a la
libertad para las generaciones rusas del siglo XXI”.
Lev
Aleksandrovich volvió a Moscú en febrero de 1956 y fue rehabilitado en
1958. El y sus compañeros mostraron que, aún en las más duras
condiciones, héroes anónimos pueden cambiar la historia. La sociedad
rusa todavía está en deuda con ellos.
(PROCESO/ Prisma Internacional/ Patricia Lee/ 19 de Mayo 2013)