domingo, 12 de mayo de 2013

EL NO SABER



Alejandro Covarrubias V. / Dossier Politico
Aún recuerdo aquellas charlas con los funcionarios del Nuevo Sonora apenas anunciado el lanzamiento del Programa Sonora SI. 

Habían transcurrido escasos meses del arribo del primer gobierno de alternancia al ejecutivo del estado, y por más que buscaba no había ningún signo alentador en el nuevo gobierno. Antes al contrario. 

Por doquier empezaban a multiplicarse las señales inquietantes. Unas, indicaban que estábamos ante un grupo de individuos empeñados en escribir una rara historia de si mismos y de su paso por el gobierno. 

Ellas no eran ajenas a su desdén para entender la extraordinaria casuística rodeando su arribo al poder y su afán por colorearla con historietas en las que se revestían de heroísmo. 

Otras más, los describían como hombres problematizados con las calidades y calideces humanas. Luego con ideas de gobierno ídem. Ad hoc, o sea, a los estrechos de sus mentalidades y emociones. Era necesario verlo para entenderlo.

Había que hurgar duro para localizar las huellas de sus experiencias educativas. Más era aparente su esfuerzo por suplirlas con una agresividad de machos cabríos, clichés de barrio, lugares comunes y reduccionismos maniqueístas. 

Por eso el resumen de señales era asas sombrío. Estábamos frente a hombres recortados con la misma y única convicción de hacer del ejercicio de gobierno un proyecto absoluto de fortuna personal. Nada más.
  
Por eso cuando me cruce aquellos días con personajes como Roberto Romero, Javier Alcaraz, Javier Neblina y Moisés Gómez supe enseguida que estaba frente a seres completamente transformados.

Prestos a ser presas facilonas de las enajenaciones del poder. No es que antes hubieran sido otras personas –cuestión más evidente en los casos a la  Romero y Gómez cuya vena de propensión al arrebato les saltaban por los ojos. 

Nada extraño para unos practicantes del peligroso juego en que la única regla es que no hay reglas, es decir. Pero en gentes como Neblina y Alcaraz, al igual que en otros de los ungidos a los cargos de Padrés –como Ernesto Munro, Bernardo Campillo y Erasmo Terán--, había sino luces para ilustrar algo al menos cierta sencillez para entender. Nada de eso existía más.

Había bastado que convivieran unas cuantas semanas con el poder para que se marearan, batallando con las consejas del sentido común, al igual que con los referentes que hacen a un hombre --sino bueno-- al menos candidato a llenar los expedientes mínimos de la sensatez y la decencia primarias.

Todos por igual ahora se decían expertos en sus cargos cuando en realidad estaban para mostrar si podían aprender las substancias y decisiones que implicaban sus funciones. 

Peor aún, todos por igual se creían maestros de la política, llamados a enseñar las veras estrategias para ganar y asir el poder en escala nacional --cosa que les hizo creer Calderón a efecto de instrumentarlos para terminar de desterrar a Espino, defenestrar a Vázquez Mota, liquidar lo que quedaba de panismo auténtico y de paso hostigar a Peña Nieto. 

Un paquete combo especial de entretenimiento, mientras él negociaba su suerte con los factores mayores de poder del país.


Se mentían pues entre si. En el fondo todos sabían que las tales estrategias se reducían al script básico que prescribe sacar dinero de donde lo haya como la precondición para ganar elecciones.
  
De ahí derivaba todo lo demás. Los recursos para montar ejércitos terrestres con jóvenes desempleados y lumpenes dispuestos a pelear, cuadricular y peinar distrito tras distrito. 

El reparto de sobres a la vieja usanza entre medios y periodistas para comprar espacios por aire, tinta y pantallas. Las despensas y los vales de comida, cartones y cemento para tranzar credenciales, voluntades y animosidades de líderes de barrio y comunitarios hambrientos hasta la rabia.

 Los secretos para llegar al precio a políticos y dirigentes sociales tránsfugas, prestos a pactar cualquier cosa. Etc.

Y todos por igual se dedicaban a administrar su cargo –que no a ejercer sus puestos--, lo que dependencia tras dependencia significaba como hasta hoy:

-       Primero, aceptar, repetir y dar sentido a las iniciativas y proyectos personalísimos hechos programas de gobierno que uno tras otro fueron saliendo de las oficinas de Romero;

-       Segundo, proteger la fortuna propia, y ver por la manera de introducir a la nomina a amigos y familiares, así como asegurar alguna candidatura en los comicios por venir; y

-       Tercero, adoptar la posición del nadador de corcho objeto de hacer bien la mas elemental de las reacciones humanas. Sobrevivir, pues. Luego sus gestos acompañantes; decirle al jefe siempre que es un fuera de serie, no pedir ni contrariar nada; no hacer gran cosa, preferentemente nada, y –en fin-- no hacer olas, no sucumbir ni ahogarse en las aguas cada vez más turbulentas que les vino a representar ser parte del Nuevo Sonora.

Una tras otra estas facetas ya desfilaban ante mi en mis intercambios con los personajes del Nuevo Sonora de aquellos primeros meses del 2010. No cumplían un año en el cargo y toda la esperanza de la alternancia rodaba por los suelos.

 Pero ahí estaban con una sonrisa de triunfadores a la Og Mandino y su macro-proyecto del Sonora Si y el Acueducto Independencia bajo el brazo. 

A Romero le pedí que armaran encuentros con expertos y que dejaran oír sus voces. 

A Alcaraz le externé mis dudas, enfatizando en particular la importancia de respetar a los Pueblos Yaquis y advirtiéndole que si alguien  sabia defender sus derechos eran ellos. 

El primero no se molesto siquiera en escuchar. El segundo me dijo que “todo lo tenían bajo control” y que “… lo de los yaquis ya estaba arreglado.

Tres años después la Suprema Corte del país les ha dicho lo que no han querido entender: Qué no se puede ser gobierno e ir como si nada atropellando los derechos y los debidos procesos que asisten a los ciudadanos, sus grupos y las comunidades indígenas. 

A los Yaquis para empezar. La soberbia aún les da para seguir respondiendo que no pasa nada. Que nada los detendrá. Como si la Suprema nada significara. Como si aún no los esperan otras resoluciones por desacato, juicio político, y un largo etcétera.

En algún punto de la historia las ciencias económicas tuvieron que acudir a las ciencias de la conducta para seguir avanzando. Con autores como Tversky y Kahneman aprendimos que las empresas y las instituciones sufren bajo el peso de tomadores de decisiones pobremente equipados para razonar, procesar información  y evaluar sus ignorancias.

 Entonces asistimos al vagar errado de hombres cuyas decisiones provienen de lo que no saben; más que --rara vez-- de lo que saben.

Esta ha sido la historia del Nuevo Sonora. La historia de un grupo de personajes cuyas decisiones sólo se pueden explicar por dos tipos de razones: 

La ignorancia de lo que hacen y la ignorancia –esta si superior-- de las consecuencias de sus procederes e imposturas. Son los actos hechos valor a la mexicana del no saber.

(DOSSIER POLITICO/ Alejandro Covarrubias V. / 2013-05-12)

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